La era digital ha desmaterializado el mundo. Objetos de todo tipo, como simples fotografías hasta herramientas académicas, laborales o de navegación, predominan en un formato intangible, artificial. El salto a la digitalización ocurre en cada área de nuestra sociedad y aunque mucho se hablaba de sus facilidades o de sus riesgos, pocas precauciones se tomaron en un proceso cuyas riendas parecen haber escapado de nuestras manos.
Lo artificial como producto humano siempre ha tenido perspectivas contrariadas en distintas áreas. Ya sea en cosmética, gastronomía y ahora en tecnología, el producto artificial conlleva puntos positivos y negativos a considerar. La transición hacia un mundo cada vez más artificial no es sencilla. El filósofo Byung Chul Han llama a este proceso: el paso de la cosa a la no-cosa. En su libro “No-cosas: quiebras del mundo de hoy” desarrolla múltiples reflexiones en torno a ese cambio paradigmático del orden terrenal por el orden digital.
En lo que atañe a lo artificial, hay un límite pleno de incertidumbre y que la mayoría lo atisba con un fuerte pesimismo. Aquella frontera tiene que ver con su definición y es que si entendemos lo artificial como aquello producido por el hombre, existe un producto que amaga con dejar de ser precisamente un producto humano, a saber, la inteligencia artificial (IA). Todo lo digital es artificial, en cuanto es la mano de la humanidad su creadora y, por consiguiente, se puede entender el orden digital como un ordenamiento humano. Pero qué ocurre entonces cuando el producto se vuelve una entidad creadora autónoma.
Para precisar mejor este asunto, ahondaré en uno de los pasajes más importantes del libro de Byung Chul Han, este se denomina justamente “Inteligencia Artificial”. El primer paso que sigue este pensador surcoreano y alemán es distinguir el tipo de pensamiento que prescribe la condición humana frente a la condición artificial. La primera tiene un valor agregado que resulta básico y fundamental para nuestra forma de pensar y actuar en el mundo, a saber, el plano afectivo. A este procesamiento del pensamiento humano se refiere el autor como “un proceso resueltamente analógico”.
La distinción entre el uno y el otro es muy importante porque presenta un argumento crucial para esta discusión frente a la inteligencia artificial. Este es, que sin importar la complejidad de la entidad (IA), incluso en su semblante creador e imitador más avanzado, la IA no puede ser idéntica a la inteligencia humana y carecerá de “la dimensión afectivo-analógica” de la cual se ha servido la humanidad no solo para sobrevivir sino para construir y desarrollar el entorno artificial de sus civilizaciones.
Por supuesto que dicho argumento no acaba con un tema tan álgido, pues estamos hablando de una herramienta de optimización para nuestra sociedad, que no solo está en desarrollo sino que ha acaparado un enorme interés y una desorbitada inversión. Por ello no se puede reducir el anterior argumento a la frívola creencia de que tenemos la sartén por el mango en cuanto a la IA se refiere.
No es una cuestión menor que nuestro interés lo capte la IA cada vez con más facilidad. Tampoco podemos descuidar que en materia de manejo de datos e información, esta herramienta nos supera y con creces. Es deslumbrante, tanto el sentido positivo como negativo de la palabra, la facilidad con la que la IA puede realizar tareas y crear productos que para el humano implican un grado de complejidad y un gasto de tiempo mucho mayor. Es gracias a tales cualidades, que la literatura se ha servido de la IA con mucha facilidad para exponerla como una nueva especie e inspirar relatos de enfrentamiento entre dicha especie y la nuestra.
Siguiendo con la distinción de la IA y nosotros, esta tiene una animosidad hiperreal; es decir, parte de lo digital (un ordenamiento de datos y conceptos rígidos). Por ello se nutre de la mejor información para deslumbrar a su creador (el humano), pero por eso mismo está completamente separado de una animosidad real como la que prescribe biogenéticamente a la humanidad. En este orden de ideas, la IA puede aparentar los grandes rasgos humanos, pero por mejor que los simule e interprete, los horizontes que vislumbran nuestra experiencia anímica están fuera de su alcance.
En cuanto al manejo de información se refiere, la omnisciencia que se dibuja en el proyecto del desarrollo de la IA resulta ser un factor ambicioso y atractivo. Si le sumamos el valor instrumental que tiene esta tecnología para el óptimo desarrollo de nuestra sociedad, queda claro que tiene un potencial del que no debemos prescindir por un temor u otro.
Considero que la clave de esta discusión está en cambiar la perspectiva antagónica de ver la IA y el humano como cuestiones dicotómicas y entender que esta tecnología se está transformando en nuestra mano derecha y que si llegara a transgredir el límite del que hablé anteriormente, seguramente tendremos la capacidad de partir de nuestra “disposición anímica” y hallar una solución humana. Estoy convencido de que el optimismo artificial, ese que nuestro instinto construye día a día para superar cada desafío prevalecerá con o contra la IA.
¿Cómo referenciar?
Kling, Friedrich Stefan. “De la inteligencia al optimismo artificial” Revista Horizonte Independiente (Columna Filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 28 feb. 2024. Web. FECHA DEACCESO.
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