Puso sobre la mesa, visible para todos, una bala con el nombre de la susodicha escrito en ella. —¡Yo mismo la encontraré, nadie se burlará de nuestra familia!— exclamó mientras apresuraba su salida. La firmeza de sus pasos hundiendo la madera como tambores de guerra, el brillo de la bala y su revolver como relámpagos en la distancia augurando una tormenta y la rabia que arrugaba y desfiguraba su rostro fueron garantía suficiente, para los presentes, de que aquella ladrona en fuga había firmado su sentencia a muerte al llevarse su fortuna. Las luces rojas del Cadillac pronto se extinguieron entre el vaho y el incesante gotereo del torrencial aguacero de esa noche, y esa fue la última vez que lo vieron. Con el tiempo fueron perdiendo la esperanza, se resignaron y aceptaron la desdicha de su infortunio. Hubo rumores y teorías del paradero del uno y de la otra. La familia nunca extrañó tanto al jinete del Cadillac como a su fortuna y la verdad de lo que aconteció solo lo supieron tres personas: la ladrona, el desaparecido y yo, su hijo.
Febrerillo es amor y éxito. Así como se pasa por la bola los cronogramas de 30 días, es rizoma de vida que quiebra y crea planes con encuentros insospechados. Así como se pasa por un día cada tanto, también se le meten más fracasos de los contemplados en la persecución de sus sueños. Si se descuida va tarde y si va con cautela también. Pero en retrospectiva se dará cuenta de que siempre fue a tiempo en su destiempo. Febrerillo es amor que cae al pasarse de su estación y no le importa porque al final la compañía, la conversación y la sensación son el momento preciso y más oportuno. Febrerillo es tener éxito en darse a la felicidad de los rumbos inesperados, de los tiempos de más que le tomó una cosa y la otra, de los planes cancelados y los dados de lo más espontáneo, de sonreírle a sus perfectas imperfecciones, de estar logrando, luchando y viviendo a pesar del vaivén del día a día. Febrerillo se tomó unas horas, unos días y a la larga unos años en darse a conocer y ahí va, afianzando su particularidad cada día más.
Florece muerte en vida cuando sonrisa pierdes
no Y .no responde universo, fácilmente rendirte
si preguntas Te .inquietan cosas
algunas cuando duele no ,despiertas.
Perspectiva de cambiar, revés al vida la ver que hay veces a.
Un pedacito de nube se cayó y se detuvo frente a mi ventana. Era un trozo desfigurado pero dueño de mil formas, en un momento me pareció que dibujaba la silueta de una ardilla, en otro de una galleta mordida y al rato era tan majestuosa como una yegua salvaje relinchando o una reina de ajedrez avanzando a la fila 7. Al principio supuse que su presencia era fortuita, pero pasado un rato sentí que me contemplaba tanto como yo a ella. El teléfono interrumpió mi locura con su berrinche incesante y afanador. No tardó mucho la conversación en sacarme de quicio y me pregunté cuál era la verdadera locura, si mi momento íntimo con aquella nube o haber interrumpido esa singular experiencia para callar el lloriqueo de una máquina que suele ponerme en situaciones incómodas e hipócritas. En los segundos finales de la llamada, energúmeno, levanté la mirada y vi a través de la ventana cómo se había oscurecido mi nueva visitante, pequeños rayos chispeaban desordenadamente en toda su superficie y yo sentí mucha curiosidad. Al colgar el horrendo aparato, mi ánimo se fue apaciguando y me acerqué nuevamente a la ventana, esta vez extendí el chinchorro y me recosté para observarla. Era nuevamente blanca, se veía suave, tierna y deliciosa. Pensaba en la nieve y me dieron ganas de probarla, de desprenderle algunas partes para hacerlas bolitas y devolverlas arrojándoselas. Extrañé a Tsuki, mi hermosa Samoyedo, y me antojaba consentirla como si ese ropaje de gotas condensadas fueran su sedoso pelaje. No estoy seguro si fue tanto pensamiento, tanta paz en ese curioso encuentro con una nube o cuál fue el detonante, pero en mí se despertó una sensación de melancolía, luego sentí cierta angustia por aquel pedacito de cielo que a veces parecía temblar y dejaba caer unas cuantas gotas. Me sentía maravillado por esa mutua exposición de una vitrina que para uno guardaba una nube en el exterior y para la otra guardaba un humano encerrado en un cubo de madera y botado sobre una cáscara tejida con tonos y figuras fascinantes. Me abalancé hacia la ventana, pues temía que estuviera extraviada aquella belleza celestial, halé el soporte, la abrí y enseguida, tan inexplicable como extraordinariamente, ella y yo al unísono preguntamos: “¿Te has perdido?”
¿Cómo referenciar?
L. Fritz. “Coloreando más allá de la línea: Compilación de cuentos cortos” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 24 enero 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
Todas las marcas, los artículos y publicaciones son propiedad de la compañía respectiva o de Revista Horizonte Independiente y de HORIZONTE INDEPENDIENTE SAS
Se prohíbe la reproducción total o parcial de cualquiera de los contenidos que aquí aparecen, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita por su titular.