Se puede suponer que un texto tan lejano en el tiempo con respecto a la actualidad no tendría más que ofrecer sino entretenimiento o un saber respecto a cómo era algo antiguamente; muchas veces cuando se leen obras viejas, antiguas, o clásicas, no se comprende del todo cómo funcionaban las cosas en ese tiempo. Sin embargo, a partir de la obra de Platón, La república, podemos notar que la época en que esta fue escrita no dista tanto —o no varía tanto— de la época en la que la leemos en cuanto a los problemas de política, gobierno, virtud e incluso del alma.
Tal vez el pasaje más famoso de la República es la metáfora presentada al inicio del libro VII, La alegoría de la caverna, la cual nos presenta la situación del ser humano frente al conocimiento. Como humanos tenemos acceso a dos mundos existentes: por un lado, el mundo sensible que conocemos a través de los sentidos y, por otro lado, el mundo inteligible que solo es alcanzado por la razón.
Cuando los humanos solo ven las imágenes sensibles, es decir, las sombras de lo que son las figuras reales, empieza a fomentarse la diversidad de opiniones basadas en la interpretación. Podemos aplicar esta alegoría a lo que atraviesa y ha atravesado Colombia en estos últimos años: la lucha por la JEP, por la Minga, la defensa de no al fracking e, infaltablemente, la inconformidad con el gobierno en el país —gobierno de un solo tirano bajo la sombra de la corrupción. Agregado a esto, en este país hay una cantidad de opiniones que tratan a la fuerza de imponerse unas sobre otras, con declaraciones tan simples como: “¿usted no sabe quién soy yo?”; o que intentan anular la postura pública diciendo: “seguramente no tienen trabajo y no tienen nada mejor que hacer que salir a marchar”.
Lo anterior incita a pensar que, tal vez, la mejor manera de llegar a la realidad de los hechos o al conocimiento de lo que ha sucedido, no sea por medio de la dialéctica como nos suscita la filosofía griega desde Heráclito quien es considerado el padre de esta por dotar de dinamismo a la conversación, sino más bien por medio del silencio y la reflexión con uno mismo respecto a esos eventos. Este ejercicio es importante realizarlo examinando los hechos del país, ya que, si se adopta la opinión de los medios de comunicación, por ejemplo, se entra en el juego de discursos sofistas cargados de opiniones construidas desde lo que se percibe. La cuestión es que usualmente los medios de comunicación no abarcan una noticia completa, sino que muestran del suceso solo la versión que les conviene. Resulta mejor analizar, reflexionar, crearse ideas propias y posturas propias para no estar engañado con opiniones ajenas; de igual manera, ese ejercicio le permitirá desarrollarse como ser racional.
A lo largo de la República, se plantea lo que sería la ciudad ideal y, allí, Platón considera que la mejor manera de que los presos de la caverna—aquellos que solo ven sombras—asciendan hacia las figuras reales, sea por medio de la educación del alma y de las virtudes; sin embargo, actualmente, la manera de educar se encuentra bastante sesgada en varios sentidos. La primera educación que recibe un ser humano viene de casa, pero esta educación se encuentra delimitada a las creencias y costumbres de la familia; luego viene el colegio, que también delimita su educación basada en políticas institucionales y requerimientos del gobierno; del mismo modo sucede con las instituciones más especializadas como la universidad. No obstante, esta no es la única razón por la cual la educación no puede, en estos días, rescatar de la caverna a un país como Colombia. En general, no podrá rescatarse a la humanidad de las sombras si la educación que se brinda no deja de poner límites y de encasillar en números. Por ello es importante encontrar otra alternativa.
El ejercicio que nuestro país debiera realizar es el “Pensar por sí mismo” de Shopenhauer; este filósofo alemán nos indica que conocer el mundo es conocer nuestra propia voluntad. Ahora bien, si lo que queremos conocer es el país en el que vivimos para después dar alguna opinión o tener postura respecto a los asuntos públicos y políticos que nos involucran, tenemos que comprender de manera esencial los componentes de esa sociedad, por ejemplo: para comprender la pobreza y el sufrimiento que se viven en el Chocó o en el Cesar, hay que examinar la historia y todo lo que ha sucedido en estas zonas. De igual manera, si se quiere comprender porque hay tanta maldad y corrupción en los gobernantes, hay que ir a la historia colombiana y leerla. De ese modo, a mí parecer, se parte de un conocimiento general que ya ha sido aceptado como real—la historia—para que sobre ella se desarrollen las opiniones y las posturas individuales dadas las interpretaciones realizadas.
De ese modo, las opiniones sobre lo que sucede en Colombia no solo van y vienen muchas veces sin estar fundamentadas en criterios racionales, sino que más bien se fundamentan en criterios emocionales; reflejo de lo que sería para Rousseau una mala educación, pues la peor educación es dejarle flotando entre sus deseos[1] a un individuo y dejar que fundamente alguna opinión sobre ellos.
Un pilar fundamental para Platón era la enseñanza de la justicia en los ciudadanos, para que su actuar y su modo de vida estuviese regida por esa concepción. Una vida justa era equivalente a una vida buena, por tanto, los hombres debían tener una misma idea de justicia y aplicarla a su modo de vivir; de ese modo también la ciudad sería justa. Ahora bien, ¿qué sucede en Colombia con respecto a la justicia?
Como había mencionado antes, Colombia es un país que se mueve en opiniones, por ejemplo: en Colombia puede que para unos sea un avance industrial el fracking, mientras que para otros constituye un crimen ambiental; para unos el arte se puede disfrutar pagando entradas para filmes extranjeros y para otros está en los muros de las calles o en la música en vivo del centro de Bogotá. De hecho, en cuanto a lo que se opina de la justicia, en Colombia hay para quienes es mejor cometer una injusticia que sufrirla, o ser injusto aparentando ser justo; es más, Colombia se parece tanto a Atenas, que padece de un Trasímaco, para el cual la justicia es su ventaja, por ser el más fuerte.
¿Qué si el pueblo está mal educado? Por supuesto, porque en Colombia la educación es meramente una implantación de conocimientos básicos y, si se relaciona con lo social, termina convirtiéndose en un sistema de dominio; la educación debiera ser como nos dice Rousseau: “de todas las facultades del hombre, la razón, que por decirlo así sólo es un compuesto de todas las demás, es la que se desarrolla más difícilmente y más tarde; y ¡es de ésta de la que se quieren servir para servir para desarrollar las primeras! La obra maestra de una buena educación es hacer un hombre racionable”. [2]
Entonces, ¿cómo enseñar de justicia en Colombia? Pues, teniendo en cuenta que Colombia es un país democrático, la justicia debiera serlo igual: participativa, igualitaria y libre. Tal vez, no sea exactamente problema de la educación, puede ser que sencillamente los ciudadanos ya no creen en la justicia y quieren ser injustos pareciendo lo contrario, como cuando se exige a un policía que ponga el orden, que no abuse de su poder, que defienda y cuide, mientras que pretendo que no me multe y “arreglemos de otra manera”; o tal vez el pueblo sea tan grande, que le caben dos morales, como se refleja cuando se exige a un gobernante ser serio, responsable y firme, pero mientras hace campaña pretendo que dispense algo para incentivar el voto.
He aquí de nuevo la importancia de leer a Platón, porque ¿cómo se puede vivir buena vida sin saber qué es la justicia?, ¿cómo pretende Colombia vivir en paz si ha firmado tratados, acuerdos, cláusulas, pero sin saber qué es justicia? Y si bien Platón no va a darnos una respuesta sobre qué es la justicia, enseñará algo todavía más importante: que hay una justicia y que debemos descubrir cuál es, debemos salir de las opiniones de izquierdas o derechas—pero tampoco quedarnos tibios—para descubrir qué es la justicia. Además, hay que descubrir cuál es la justicia que predomina en Colombia, ya que hay justicia distributiva, restaurativa, retributiva y procesal. Incluso en Colombia—como si sobrara la justicia—también está la JEP, otro tipo de justicia.
La cuestión más importante por tratar es sobre ¿Cómo obtener una Colombia fuera de la caverna? Para lo cual ya hemos hallado una respuesta y es que, si bien Colombia no es educada por filósofos, si puede ser educada de acuerdo a la justicia democrática. Ahora bien, aun necesitamos que haya un ‘pensar por sí mismo’, para no dejarse engañar por las sombras de lo que otros interpretan de dicha justicia, sino llegar por medio de la razón a la idea real de justicia.
De igual manera me parece necesario fomentar una ética y una moral que aleje a la corrupción de la democracia que se proclama en el país; es decir, que permita aplicar y ejercitar la idea real de justicia, que se alcanza una vez se haya salido de la caverna. Ahora bien, ¿cómo fomentar una moral más fuerte o un humanismo más elevado en Colombia? Y esta cuestión me es suscitada porque considero que la filosofía aplicada en masa, en el pueblo, se vería reflejada en la elaboración de teorías y estructuras de pensamiento; el humanismo, en cambio, puede reflejarse en la toma de decisiones y en la concepción de vida que adopten las personas.
Lo que sucede es que como dice William James[3] aún faltan herramientas para crear mente o espíritu capaz de sentir bondad, maldad, obligación, etc. La moralidad no puede darse en el vacío, no pueden brotar sentimientos de simpatía, de compasión, de culpa, si no hay una mente capaz de sentirlos. Y la incapacidad de sentirlos viene, según me parece, de la falta de conocimiento de los testimonios de otras voces, de otras vivencias ajenas y quizá bastante distantes a la propia; por eso hace falta, como mencionaré más adelante, una educación que ante todo muestre la globalidad de los hechos que ha atravesado Colombia, no solo alguna de sus versiones. Hay que ser educados de acuerdo a la justicia democrática, pero hay que incentivar el ejercicio moral para aplicar dicha justicia.
Si el humanismo en Colombia, o la enseñanza del patrimonio como cultura—patrimonio como amor por el país y por su gente—fuese más fuerte, más pronunciado, cada individuo adoptaría una idea de bondad y de maldad, que serían correspondientes unas con otras, puesto que se han educado de la misma manera. Aunque, claro está que cada persona razonará sobre lo que se le enseñe y, una vez hayan surgido los mismos sentimientos como la solidaridad y el respeto, será posible llegar a concepciones equivalentes.
Tenemos hasta el momento, que se puede tener una idea de justicia, de acuerdo a como esta sea enseñada. Ahora bien, para aplicarla se necesitan los sentimientos como la solidaridad y la responsabilidad, del mismo modo que lo plantea Tomás Moro en su obra Utopía: un tipo de simpatía y reconocimiento que permite a los individuos vivir en un ambiente de paz, tranquilidad y felicidad, posiblemente[4]. El siguiente paso será presentar cómo estos sentimientos pueden aflorar en los ciudadanos una vez que ellos conocen la historia de un país como Colombia, que ha sido atravesado por violencia, narcotráfico, guerras y demás, y que guarda testimonios de niños, madres, mujeres y muchas más personas que experimentaron el conflicto de diversas maneras.
Considero que si en Colombia, en las escuelas, se enseñará historia nacional, no solo desde las narraciones de los hechos de modo general, sino desde las narrativas, desde las voces de los actores de los hechos, de las víctimas, de los que recuerdan como se vivió, la educación de la historia nacional no sería como un reportaje cronológico, sino que movería fibras en aquellos que la escuchan y la conocen; porque no solo se crearía un conocimiento de la historia nacional, sino que se fomentaría la comprensión de la misma.
Lo importante para la educación de la historia es ¿qué enseñar? y ¿cómo hacerlo?; lo es porque esta dotará bases para que los ciudadanos desde niños desarrollen simpatía, respeto, tolerancia y solidaridad, las cuales serán las mismas emociones de los demás.
Hay que aprender sobre todo a comprender lo testimonios de aquellos que han sido víctimas, que han vivido de diversos modos sucesos como el conflicto armado, el narcotráfico, el terrorismo y demás. El problema con la educación de la historia nacional es que los que conservan otras memorias respecto a ella no han sido escuchados. Entonces aquí se hace importante la educación, porque es un intercambio de conocimiento y es necesario conocer cómo han vivido las demás personas en el mismo país; como también se hace importante la educación de una misma narrativa histórica global, no solo desde una versión y que promueva la igualdad en las emociones de todas las personas, de modo que también las decisiones que se tomen sean iguales y estén orientadas al bien común.
Los educadores no debieran censurar los contenidos que puedan transmitir emociones negativas, sino enseñar de tal manera que se priorice el punto de vista humano—considerar al otro como un humano igual a mí—, y la crítica respecto a los acontecimientos o personajes presentados. Agregado a esto, quien enseña la historia, como quien enseña una técnica, ha de tener pleno conocimiento respecto a ella y también un carácter benevolente y virtuoso, como decía Platón, para que aquello que se transmite sean las buenas emociones respecto del país como zona geográfica y como comunidad.
El problema con la historia es que se enseña de modo que se censuren algunas versiones y se exalten otras. Es decir que, si bien es cierto que todo relato histórico ha sido elaborado por autores situados en algún lugar y posición, desde la cual revelan sus intereses, debiera enseñarse la historia en una narrativa neutral, sin generar emociones negativas hacia algún ente o personaje, sino frente a los sucesos y sus causas. No hay que enseñar la historia como un cuadro pintado de lo que ha sido Colombia, sino de cómo se ha vivido desde diferentes voces, las de los niños, las de las mujeres, militares, ancianos, guerrilleros; con una educación así en las escuelas, desde pequeños surgirían sentimientos al menos como la simpatía.
Los valores enunciados surgirían en las personas de una sociedad, desde la educación, pero no la educación de los valores en sí, sino de la historia de Colombia, la historia del conflicto, de la violencia y demás; porque los colombianos no conocen a su país, no conocen su historia y por ello las opiniones no están fundamentadas racionalmente ni son coherentes en ocasiones; por ello su ética y su moral parece carecer de culpa, de arrepentimiento, de compasión y de tolerancia.
Concluimos, que solo mediante la educación de la historia nacional, centrada en el carácter humano de la misma, pueden aflorar las buenas emociones que servirán de base para la práctica de la justicia.
Además, al tratarse no de una imposición, sino de un compartir de vivencias, aquel que comience a conocer la historia nacional, también realizará una interpretación de la misma, ejercitando el pensar por sí mismo, de modo que las emociones que desarrolle vayan de la mano con sus juicios racionales y, no solo, con la opinión pública.
[1] Rousseau, J. (1985) Emilio o de la educación. Trad. Luis Aguirre Prado. Editorial EDAF, S.A. p. 12
[2] Rousseau, J. (1985) P. 11
[3] James, W. (1891). El filósofo moral y la vida moral. Conferencia ofrecida ante el Yale Philosophical Club, publicada en International Journal of Ethics. p.231
[4] Moro, T. (1805). La utopía. Trad. Geronimo Antonio de Medinilla y Porres. Madrid: En la imprenta de Don Mateo Repullés.
James, W. (1891). El filósofo moral y la vida moral. Conferencia ofrecida ante el Yale Philosophical Club, publicada en International Journal of Ethics
Platón. (1995). La República. Trads. J. Pabón & M. Fernández-Galiano. Madrid: Alianza,
Rousseau, J. (1985) Emilio o de la educación. Trad. Luis Aguirre Prado. Editorial EDAF, S.A
¿Cómo referenciar?
Martin’s, Amarilla. “Colombia fuera de la caverna” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Hessam Mahamud, 17 abril, 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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