Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene esto que ver con una habitación impropia? Intentaré explicarme, como lo hizo en su momento Virginia Woolf. Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me puse a pensar qué significarían esas palabras y pensé en Carmen Mola.
Hasta el pasado 15 de octubre, Carmen Mola era una escritora novel, autora de la aclamada y exitosa trilogía La novia gitana (La novia gitana, La red púrpura y La Nena). Tres obras que habían irrumpido en el panorama literario comercial de forma arrolladora y habían conseguido revolucionar la novela negra en español. Es cierto que esta trilogía contaba con todos los ingredientes para hacerlo: género policiaco, un seudónimo y una trama violenta, radical y, a la vez, espectacular. El resultado: más de 400.000 ejemplares vendidos. ¿Quién había detrás de ‘Carmen Mola’? Hasta hace unos días, creíamos que leíamos obras de una mujer, profesora en la universidad, que vivía en Madrid con su marido y sus tres hijos. En numerosas entrevistas, la propia Carmen Mola había dado esta información, siempre manteniéndose en el anonimato y escondiendo su alma detrás del seudónimo. Hasta que el millonario premio Planeta desveló su secreto mejor guardado: detrás de Carmen Mola no había una mujer, tampoco un hombre, Carmen Mola era(n), en realidad, tres hombres. Descubierto el secreto, podemos iniciar el debate.
Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, escritores y guionistas, comenzaron en 2018 a escribir novelas de forma conjunta y eligieron hacerlo tras un seudónimo. Una opción totalmente lícita y válida si alguien quiere dedicarse a escribir novelas y, a la vez, mantener su privacidad. En literatura, sabemos que anonimato y éxito muchas veces van de la mano por esa pregunta constante de quién está detrás. Sin embargo, en esta ocasión la pregunta que nos hacemos es otra: ¿por qué tres hombres escriben detrás del nombre de una mujer? Carmen Mola podía haber sido Juan Pérez o Luis Sánchez-Prado, pero no, su opción para publicar una trilogía sobre una inspectora de policía fue el nombre de una mujer. Esta opción, ni es ética ni respetuosa. No solo crearon el nombre de la autora bajo el que se escondían, también fantasearon con cómo sería su vida y su identidad: madre de familia numerosa y asentada en la capital de España con un trabajo en la universidad. Obviamente, todo dentro de los parámetros de la heteronormatividad. Y esto, a estas alturas, también chirría.
El origen de este debate se remonta muchos siglos atrás, cuando las mujeres solo podían escribir bajo un nombre, bajo un seudónimo: anónimo. Estas mujeres han sido triplemente borradas de la historia: primero, como autoras literarias; segundo, como sujetos históricos y culturales, y tercero, como mujeres mismas. La literatura, y la cultura en general, era un ámbito exclusivo para los varones, al que muy pocas mujeres, o casi ninguna, podía acceder. Aunque hoy podemos poner nombre a muchas escritoras que tenían que escribir bajo seudónimos masculinos para sobrevivir en esta industria (Cecilia Böhl de Faber, las hermanas Brontë, Louisa May Alcott o Amantine Aurore Dupin), cuántas más seguirán quedando ocultas en la historia por la necesidad de esconder su identidad para conseguir ser leídas y aceptadas públicamente. No hace tanto, J.K. Rowling y P.D. James optaron por difuminar su nombre femenino bajo sus iniciales. En definitiva, las mujeres han perseguido una igualdad de oportunidades ocultando su verdadera identidad. Por desgracia, el pasado no podemos revertirlo, no podemos volver atrás para que estas mujeres pudiesen ser escuchadas y respetadas con sus propios nombres. Pero sí podemos concederles el lugar que se merecen -y que nunca tuvieron- en la literatura y en la historia.
El que una mujer con mucho talento para la pluma hubiera llegado a convencerse de que escribir un libro era una ridiculez y hasta una señal de perturbación mental, permite medir la oposición que flotaba en el aire a la idea de que una mujer escribiera (Woolf, 1929, p. 47)
Después de todos estos impedimentos a los que se han enfrentado las mujeres en la historia literaria, resulta, cuanto menos sorprendente, que tres hombres escojan el nombre de una mujer para escribir novelas en el año 2018. La respuesta es evidente y sencilla: puro marketing. Publicar novelas negras, protagonizadas por una mujer, les iba a generar más ventas bajo un pseudónimo femenino que si firmaban esa misma historia policiaca tres hombres. Casualmente, solo han desvelado su identidad y su preciado secreto tras ganar el premio Planeta, es decir, por tan solo un millón de euros.
Unos días después de recibir el galardón, los tres escritores decían en una entrevista: “no nos hemos escondido tres detrás de una mujer, sino detrás de un nombre”. Y no les falta razón, porque ‘Carmen Mola’ no es una mujer, es el nombre es de una mujer. Cuando por fin las mujeres tenemos nuestro espacio, nuestra habitación propia en el ámbito cultural y literario, intentan arrebatárnosla. Conseguir esto no ha sido fácil, ha conllevado años de lucha feminista para lograrlo y todavía queda mucho por hacer. Por eso, que en 2021 tres hombres firmen sus obras bajo el nombre de una mujer es una falta de respeto a tantas y tantas autoras silenciadas a lo largo de la historia. No hemos luchado para lograr firmar nuestras obras con nuestros propios nombres para que ahora ciertos hombres se aprovechen económicamente de ello. Es una invisibilización tras la visibilización feminista. Esto nos demuestra que hoy el feminismo sigue siendo necesario en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Y no, firmar como ‘Carmen Mola’ no es feminismo, es una estrategia de marketing.
Woolf, V: Una habitación propia. Barcelona: Planeta / Seix Barral, 1929.
¿Cómo referenciar?
Albitre Lamata, Paula. “Carmen Mola: una habitación impropia” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 21 nov. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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