El panorama electoral que atraviesa Argentina este 2023 ha dejado mucho de qué hablar, y sobre todo, más preguntas que certezas. Un cambio de 180° grados parece estar a la vuelta de la esquina: las tradicionales estructuras políticas en torno a los partidos que han gobernado el país durante los últimos 40 años parecen resquebrajarse a raíz del descreimiento social hacia sus líderes y, de ambos lados de la brecha, asoma un sector de la población que cree haber encontrado la solución a décadas de crisis social y económica ‒la esperanza viene disfrazada de libertad con peluca.
Para entrar en contexto y entender cómo se forjó el camino del caos hay que hacer referencia a las décadas de ineficiencia gubernamental que hoy quedan traducidas en un Estado desahuciado que ya no da soluciones sino problemas. Las medidas paliativas, que años antes fueron las políticas públicas que más votos llevaron a las urnas, hoy generan repulsión entre aquellos que contribuyen sin ser contribuidos. La actitud revictimizante que fueron tomando los sucesivos gobiernos y la manía de querer encontrar culpables en vez de respuestas se traduce hoy en el hartazgo de la gente que, descreída por completo del antiquísimo discurso demagogo, opta por lo novedoso, traducido en la destrucción de todo el aparato estatal.
El discurso de Javier Milei aparece condesado bajo las palabras que los ciudadanos furiosos quieren escuchar: el Estado es el gobierno, el gobierno es la casta, la casta es el problema. La solución es erradicar de raíz la casta, destruyendo la base sobre las cuales se legitima el poder de la misma. De esta forma, se forja un falso profeta que se olvida de aclarar (no de forma inocente) que el Estado también es el pueblo, la casta en el discurso libertario también son todos aquellos que gozan de derechos civiles y sociales que aparecen hoy traducidos en el “déficit” que hay que eliminar. Ese mismo pueblo es el que hoy le da el poder con los derechos que él mismo pretende borrar de la historia.
La privatización de la educación y de la salud, la liberación del mercado, la libre portación de armas, la dolarización de la economía, son alguna de las “soluciones” que implica un modelo de “libertad” que aborrece todo intento de colectividad, solidaridad y empatía por el otro. La libertad individual de explotar al que menos tiene, de matar al que te estorba, de educar y sanar solo a quienes respondan a un modelo de productividad extorsivo y siniestro, garantizan un modelo de crecimiento sumamente desigual que alude a la plenitud del que más tiene a y la supervivencia cruel de los despojados.
De esta forma, el Estado es hoy, para un poco más del 30% de la población argentina, el problema que hay que eliminar y sustituir por un mercado. A su vez, la destrucción del Estado implica la eliminación de los derechos humanos y sociales en pos de las libertades individuales que gozarán plenamente quienes dirijan este mercado, los dueños del circo. Mientras tanto los payasos se garantizan el pase directo hacia el espectáculo de la deshumanización total de su persona para pasar a convertirse en maquinaria de un modelo voraz donde sobrevive el que menos piensa y el que más hace, el que más ignora, el que más produce, el que más obedece. El crecimiento está garantizado para quienes miran desde el palco principal como una población embrutecida tira de la catapulta.
Todo parece apuntar a que la democracia que se forjó sobre más de un siglo de luchas sociales, que tantas veces fue vulnerada y reivindicada, parece estar nuevamente al borde del abismo. La memoria que tantas vidas costó construir, las oportunidades que vieron crecer tanto a argentinos como a hermanos extranjeros, hoy están al borde de ser destruidas por las garras de un león cuyo poder fue obtenido gracias los mismos derechos que pretende desaparecer. Resulta casi imposible explicar que las nuevas generaciones hoy estén entregando sus propios derechos y los de sus compatriotas con el único objetivo de teñir sus bolsillos de verde, que la única victoria sea la económica, que la única forma de crecer se vea traducida en la indiferencia hacia el otro.
La imagen de Argentina ante el mundo como el país de las oportunidades, que se construyó tras 150 años de sacrificio, trabajo y lucha tanto de nacionales como de extranjeros, hoy se ve amenazada por un intento de igualitarismo radical y totalmente superficial, que apunta en dirección contraria a la que venía marcando el desarrollo nacional: si el barco se hunde, nos hundimos todos con el barco. La población ya no cree en los discursos de crecimientos, tampoco cree que Javier Milei pueda rescatar algo de todo este caos. Entienden perfectamente que su proyecto implica la destrucción de las bases sobre las cuales se levantó Argentina y están totalmente de acuerdo con esto. Milei se presenta entonces como el mesías de la catástrofe de la cual nacerá un nuevo país sin igualdad social, donde los nuevos mandamientos vengan impuestos por mercado y único pecado capital sea la cuestión pública.
Argentina elige disfrazarse de una libertad que solo vendrá luego de desaparecer nuestra historia. La historia que nos contaron, la de las incontables luchas sociales, la de las victorias laborales, la de la educación y la salud pública, la de las universidades para los trabajadores, la de los desaparecidos en la dictadura, la del país pionero en derechos sociales y políticos para las mujeres. La historia de una Argentina de todos y para todos, hoy se traduce un discurso sin memoria que se aprovecha del malestar social para reducirla a una cuestión de “adoctrinamiento”, porque parece ser que pensar en derechos humanos no es más que el “curro” que al mercado no le conviene, mientras que quitártelos puede ser simplemente un “exceso” necesario para ganar una guerra que para ellos ya estaba perdida y por la cual hoy vuelven a dar revancha.
¿Cómo referenciar?
Almarcha, Ayelén. “Argentina se disfraza de Libertad” Revista Horizonte Independiente (Columna Política). Ed. Nicolás Orozco M., 12 nov. 2023. Web. FECHA DEACCESO.
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