Agnotología y moral

Aristóteles creía que un rasgo distintivo de los seres humanos es su amor por el conocimiento. A pesar de tan noble idea, la historia nos ha mostrado que no siempre el conocimiento o la verdad salen airosos. Para el filósofo griego no era posible que no hubiera apetito por el conocimiento; sin embargo, fenómenos como los movimientos antivacunas, la proliferación de teorías conspirativas, las noticias falsas, etc., hacen dudar tristemente de que ese ‘amor por el saber’ sea una condición natural. La agnotología, o estudio de la ignorancia deliberada, es un campo que en los últimos años ha venido ganando notoriedad pues si algo caracteriza este primer tercio de siglo es que, a pesar de los distintos avances científicos y la posibilidad de acceder como nunca antes a información, una sociedad ilustrada sigue siendo algo utópico.        

El deseo de saber, pero la incapacidad de valorar en su justa medida ese conocimiento una vez adquirido, y saber cómo y cuándo actuar, es la tragedia humana. Numerosas obras literarias y filosóficas lo han explorado; no es tan amplia empero la variedad de las que cuestionan el ideal aristotélico. A partir de esta idea, cómo aproximarse mejor a comprender que la ignorancia parezca preferible o más persuasiva que el conocimiento o la verdad misma, examinaremos con un doble prisma, literario y filosófico, a través de un ejemplo histórico, la posibilidad de la ignorancia voluntaria y cómo a partir de ella se puede hablar de la atribución gradual de responsabilidades morales.

Preferir no saber

Elizabeth Costello es una novela de Coetzee en la que la protagonista, una escritora anciana, decide hacer una declaración pública de lo obsceno que le resulta la sociedad en la que vive  ella misma a causa del trato antiético y cruel que damos a los animales. Decide hacerlo en un homenaje que una universidad le hace por su obra literaria y en el cual ha sido invitada a hacer unas conferencias. Una de sus declaraciones más polémicas es la comparación que hace entre las fábricas de muerte de la industria cárnica con los campos de exterminio en donde millones de judíos fueron torturados y asesinados, señalando que el silencio y pasividad ante la muerte de millones de animales es como el silencio de los vecinos de Treblinka ante el exterminio que tenía lugar allí:

[…] dijeron que nunca llegaron a tener conocimiento de lo que sucedía dentro del campo; dijeron que si bien en términos generales tal vez hubieran podido adivinar lo que estaba ocurriendo, nunca tuvieron la menor certeza; dijeron que, si bien en cierto se todo podrían haberlo sabido, en otro sentido nunca lo supieron, nunca pudieron permitirse el lujo de saberlo, por su propio bien (Coetzee, 10).

Peter Singer, influyente filósofo, en un comentario a las Vidas de los animales, conferencias ficticias del personaje literario Elizabeth Costello, señala que si bien coincide con la defensa animalista de Costello rechaza el igualitarismo extremo que su discurso encierra pues entre otras cosas, cree que, aunque condenables ambos, tanto el trato antiético a los animales como el genocidio judio, no son exactamente analógicos o comparables ya que la dignidad y vida de millones de personas, sus intereses, merecen una mayor consideración en cualquier caso.

Claramente las comparaciones y afirmaciones de Costello son polémicas y la idea final del apartado citado lo es aún más, cómo el propio bien supone elegir no saber. La discusión sobre la actitud de los habitantes que vivían en zonas aledañas a los campos de concentración ha pasado por documentar si realmente era posible desconocer lo que sucedía allí. Se ha documentado amplia y suficientemente que no era posible no estar al tanto del horror que tenía lugar en estos campos. ¿Cómo explicar entonces esa ignorancia voluntaria? Una idea con la que Coetzee vacila y examina a través de las reflexiones de Costello en distintos pasajes de la novela es si conservar de alguna manera la confianza en la humanidad y en el mundo supone ser voluntariamente ciegos ante lo terrible. Esta idea nos resulta incómoda porque pareciera empujarnos a aceptar sin más que las convicciones y principios morales tienen límites y el límite es nuestro bienestar, algo claramente inmoral.

Desde la agnotología este fenómeno de ignorancia voluntaria puede ser mejor comprendido teniendo en cuenta que quizás para algunas personas, en efecto, era posible vivir en zonas aledañas sin ser capaces de reconocer lo que sucedía en los campos de concentración. Esta incapacidad de reconocimiento no supone una negación de una responsabilidad colectiva o individual, según el caso. El primer aspecto espinoso del que debe darse cuenta y que no es valorado por Costello es cómo hubo en el Estado Nazi una ‘fabricación’ del mundo. La propaganda nazi no solo captó a ciudadanos alemanes sino también a personas de distintas partes del mundo, que se sintieron identificados con esta ideología. El antisemitismo en Europa no fue algo que apareció con los nazis, pero estos, a través de la propaganda, el control de los medios y la situación que en aquel entonces se vivía, avanzaron con sus fábricas de muerte. Distintas fuentes han mostrado por ejemplo que los nazis en Europa Oriental eran recibidos como libertadores y muchos ciudadanos polacos, lituanos, húngaros, etc. colaboraban de manera entusiasta torturando a sus conciudadanos judíos.   

Claude Lanzmann en su documental Shoa (1985) recoge numerosos testimonios de habitantes vecinos de Treblinka. Entrevista tras entrevista es patente que el antisemitismo aún está presente y muchos reconocen haber sabido que sucedía tras los muros; otros, a pesar de las evidencias irrefutables, niegan el horror. Esta ignorancia selectiva, voluntaria, al ser explicada sin embargo como fruto de un adoctrinamiento ideológico nos confronta con otras preguntas: una vez fue claro, público, lo que sucedía en los campos, ¿por qué seguir persistiendo en la negación? Esta negación desde una perspectiva moral nos confronta quizás con la idea expuesta por Costello, la elección y declaración de ignorancia nos permite continuar con la ficción de ser sujetos morales y no tener que confrontarnos con la propia obscenidad.

Ignorancia colectiva

El grado de cooptación de la ideología nazi sigue siendo aún hoy profusamente estudiada. Este sistema totalitario y de terror llevó a que mucha gente decente a comportarse de manera indecente por miedo a un régimen. Hubo casos excepciones de personas que frente al peligro fueron capaces de oponerse al régimen, a pesar de peligro que ello implicaba, o de manera silenciosa, pero corriendo también todos los riesgos, trataron de salvar el mayor número posible de ciudadanos, amigos, compatriotas judíos.

La coacción y miedo como determinadores de la acción o de la omisión es algo que vemos de manera muy dramática y pronunciada en situaciones extremas, pero es algo que todos vivimos de distinta manera en diversas situaciones cotidianas. En la sección anterior hicimos mención de los ciudadanos que de manera entusiasta se adhirieron al régimen nazi; ahora nos referiremos brevemente a aquellos que se vieron obligados a volverse colaboradores. Esto con el ánimo de mencionar cómo se presenta un fenómeno de ignorancia colectiva.

Vasili Grossman en su relato El viejo profesor en Años de Guerra (1946) nos muestra cómo ante la avanzada nazi y la incapacidad rusa de defenderse, los habitantes de distintos poblados del territorio, se vieron obligados a colaborar con los invasores. Grossman nos presenta con gran maestría lo complejo y extremo de esta situación: ciudadanos agobiados por el régimen estalinista que ven en los nazis una puerta a la libertad; otros, que comulgan abiertamente con la ideología nazi por su antisemitismo; y unos cuantos más que cansados o no del estalinismo, consideran oprobioso no resistirse al invasor, así comulguen con el antisemitismo y los menos que rechazan al antisemitismo. En el pequeño poblado ruso que nos describe Grossman los ciudadanos tuvieron que acatar de mala gana los dictámenes del régimen nazi; y en la medida en la que cada uno de los personajes va asumiendo lo que implica para su vida y el mundo conocido, se van trazando cursos de acción que podemos debatir como morales o inmorales, en la medida en que se va imponiendo el deseo de ignorar la suerte de los judíos. Una ignorancia selectiva que antes era individual ahora es colectiva. Esta situación que fue predominante en los años de guerra en Europa durante la segunda guerra mundial nos debe recordar que campos de exterminio como Auswicthz y Treblinka se establecieron en territorios ocupados por los nazis, aunque hubo otros centros infames también en otras partes de Europa Occidental que se mantuvieron activos gracias a gobiernos títeres que apoyaban los nazis.

La pretendida ignorancia de los victimarios

Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén expone que las acciones de Eichmann como parte del aparato nazi, del Tercer Reich, son acciones contra la humanidad. Dado lo espeluznante de estos crímenes y el hecho de que hayan ocurrido nos comprometen con seguir persistiendo en el esfuerzo de comprender, con el ánimo de conocer y saber actuar mejor.

Confrontarnos con que las atrocidades cometidas por los nazis ocurrieron frente a la mirada impávida del mundo nos ha llevado a tratar de distinguir los múltiples fenómenos entrelazados aquí. Uno claramente preocupante son los distintos tipos de ignorancia que parecen explicar que, aunque fuera evidente que se estaba llevando a cabo un genocidio de proporciones dantescas, la gente prefiriera no saber del mismo.

Proctor a propósito de la ignorancia dice lo siguiente:

Aquí nos centramos en la ignorancia –o duda o incertidumbre– como algo que se hace, se mantiene y se manipula mediante ciertas artes y ciencias. La idea se presta fácilmente a la paranoia, es decir, que ciertas personas no quieren que usted sepa ciertas cosas, o que trabajarán activamente para organizar la duda, la incertidumbre o la información errónea y así ayudar a mantener (su) ignorancia. (Proctor, 2008, p. 25).

Encontramos que la construcción activa resultaría una manipulación, en cualquier caso, sea porque se hace omisión premeditada o porque se lanza una campaña para evitar que X persona lograra llegar a obtener Y conocimiento. En ese sentido se podría apelar a que existen factores para la justificación de la construcción activa: por ejemplo, el caso de las empresas donde guardar cierta información que no comparten abiertamente con todos sus integrantes como sus finanzas, planes a futuro, etc. Estas dinámicas responderían a un deseo de exposición o restricción de la información. Tal aspiración, desde la perspectiva agnotológica, es atribuible a quienes detenten el poder. Está implícita aquí la idea baconiana de que ‘el saber es poder’ pero hay que saber cómo adquirirlo y, podríamos añadir, cómo usarlo.

La oscuridad que subyace en esta forma de ignorancia consiste en que se apela a un cierto derecho a poder tener la capacidad de decidir si una persona debe o no tener un conocimiento. De tajo pareciera que la persona que genera la construcción activa tiene un dominio o poder sobre el otro. Encontrar ejemplos que se pudieran enmarcar como morales en la realización de una construcción activa puede llegar a tener varios inconvenientes dado que deberíamos presuponer moral el hecho de la decisión de ocultar o manipular conocimientos para que una persona permanezca en ignorancia o no; en el mismo sentido, deberíamos ser capaces de pensar que mi posición tiene alguna especie de superioridad para poder tomar una decisión que en cierto sentido no nos corresponde. De ahí preguntarnos ¿guardarnos un conocimiento para evitar el mal a algún ser sería moral? Ahí entraríamos a un campo de acción que podrá servirnos para el análisis: la intención podría desequilibrar el mal que se puede tener al ponderar un dominio de un conocimiento sobre la ignorancia de otro. En cualquier caso, volveríamos al mismo dilema: sea una buena o mala intención estaríamos tomando una decisión sobre el poder de acción de quien la ocultamos o a quién se la revelamos, el problema persiste.

Ahora bien, hay otra forma de intentar salvar a la construcción activa que apelaría a que algún conocimiento X ha llegado a nosotros y a partir de este podamos tener un criterio de acción o de decisión. Así, conocimiento adquirido supone automáticamente una responsabilidad sobre el buen uso del mismo.

Al adquirir cierto conocimiento sería, en efecto, responsabilidad nuestra; de ahí el dilema moral de si fuese mejor ocultarlo o decirlo, o en su defecto, manipularlo. En ese juego de la balanza volveríamos a caer en el mismo problema: si nuestra decisión es el revelarlo a quien le corresponde entonces seríamos simples mensajeros que no toman parte directa en el asunto; pero, de ser lo contrario se tomaría como una responsabilidad propia que sobrepasaría a la del otro y de ahí que la cuestión de poder sobre otro empezara a tener fuerza.

En el caso del Tercer Reich es evidente que, por ejemplo, todos los esfuerzos hechos por el aparato nazi para ocultar a sus ciudadanos y al mundo el destino de millones de judíos; sin embargo, no es posible exterminar millones de personas, fracturar la vida de las comunidades, sin que fuera algo que pudiera ser un secreto y aun así se ignoró.

Entre quienes estaban a cargo de la propaganda nazi, obras y comunicaciones hubo casos famosos como Albert Speer que declararon sin vergüenza no estar al tanto de lo que realmente sucedía en los campos; pero si buena parte de su trabajo como arquitecto del régimen suponía por ejemplo el uso de mano de obra, ¿cómo no pudo preguntarse de dónde venía esta?

Existía un control ideológico cada vez más fuerte y en la medida en la que la guerra se fue prolongando, el delirio fue aumentando. Para los nazis el control de la información estuvo orientado de manera tal que: 1) no importaba el debate moral sobre las acciones mismas; 2) el conocimiento o desconocimiento de lo que hacían se tomó como algo irrelevante; 3) coaccionaron a quienes podrían conocerlo bajo algún tipo de intimidación o recompensas.

La agnotología nos exige un examen moral

Las cuestiones de la ignorancia no son ignorancia a secas o de falta de conocimiento; en ellas podemos evidenciar distintas categorías y matices. Quienes quieran ahondar en las categorías recomendamos la columna “Agnotología y filosofía: la importancia del estudio de la ignorancia” (2021) y “Entre Proctor y Coetzee: diálogos agnotológicos” (2021). La ignorancia es además voluntaria o involuntaria y una persona puede tener varios tipos de ignorancia sobre una misma situación. En esta columna hemos tratado de mostrar que la ignorancia supone también una carga moral.

Un tipo de ignorancia puede conllevar a que nuestra ignorancia sea justificada, sea implantada o sea neutra dada la categoría de origen que tenga esta. Entonces, el examen de la ignorancia es un examen de la acción, un examen sobre cómo estamos ignorando y hasta qué punto son favorables o perjudiciales algunos tipos de ignorancia; de ahí que hablar de la ignorancia esté estrechamente ligado a la moral y las consecuencias o resultados que la misma.

 

Referencias:

Burke, K. Permanence and change. Nueva York: New Republic, 1935.

Coetzee, J.M. Las vidas de los animales. Td. Martínez-Lage, Miguel. Italia: Arnoldo Mondadori Editore, 1999.

Grossman, Vassili. “El viejo profesor”. Años de Guerra. Barcelona: Galaxia Gutenberg, círculo de lectores, pp. 207-244, 2009. Impreso.

Orozco M., Nicolás. “Agnotología y filosofía: la importancia del estudio de la ignorancia” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Friedrich Stefan Kling. 03 mar. 2021. Web. 20 jun. 2021.

Orozco M., Nicolás. “Entre Proctor y Coetzee: diálogos agnotológicos” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Adriana Martínez. 02 may. 2021. Web. 20 jun. 2021.

Proctor. R. Agnotology: The Making and Unmaking of Ignorance. Chicago: University of Chicago Press, 2008.

Rico Torres, Ana Isabel. “Sobreviviendo al horror”. Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 18 enero 2021. Web. 20 jun. 2021.

¿Cómo referenciar?
Orozco M., Nicolás, & Rico Torres, Ana Isabel. “Agnotología y moral” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte. 04 ago. 2021. Web. FECHA DE ACCESO. 

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