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CONDENADOS A DEBER, CONDENADOS A TEMER

Entretejidos y envueltos, a veces entre letras y otras veces en convenciones ¿No te has preguntado por qué es que actúas bien así se sienta mal?

La raíz de este malestar, se debe a una condena inevitable; así como nos entretejemos en nuestro presente, estamos entretejidos con las anteriores generaciones. Para comprender esto, remitámonos a Nietzsche, y veamos como las anteriores generaciones afectan nuestro actuar ahora.

La genealogía de la moral es un texto que trata del modo en que Nietzsche ve cómo funciona la conciencia y cuáles son los elementos para que el ejercicio de la misma se dé moralmente. Sus elementos son la capacidad del olvido y la capacidad de la memoria, dos capacidades que segregan experiencias de acuerdo a lo que se considera socialmente adecuado olvidar o recordar.  La capacidad del olvido funciona, metafóricamente, como el sistema digestivo, es activa y constante ¿para qué?, para limpiar o para vaciar; una vez ingresa en la conciencia una experiencia o vivencia, se mastica y se elimina para dar paso a contenidos nuevos, permitiendo así una felicidad, un optimismo, una salud corpulenta.

Esto funcionaria a plenitud si en tanto hombres no tuviéramos promesas, sin embargo, de no tenerlas la vida misma carecería de sentido. El querer despertar de nuevo mañana, o ese auto, casa o carrera que se anhela, se convierte en un sentido para vivir, en una promesa. En este sentido somos libres, pues las promesas no son solamente frente a un tercero, también tenemos promesas con nosotros mismos y estas son más relevantes, sin embargo en la promesa está el encierro, la falta de libertad.

¿De qué va todo esto? Resulta ser que el hombre se ha hecho libre para prometer, para tener deudas, para deber, y de acuerdo a esos propósitos su vida cobra sentido. El hombre se sirve de la memoria, que es antes que nada una ‘memoria de la voluntad’, buscando con ello (o consiguiendo) no-olvidar, no- liberarse; el hombre con los contenidos que guarda en su memoria (por medio de procesos conscientes e inconscientes) tiene la intención de dejar que algunas vivencias permanezcan, porque son necesarias las impresiones que causan para el cumplimiento de una promesa. Aquello que el hombre no digiere, es justamente lo que considera necesario, aquello que utiliza para establecer medios y fines, las relaciones causales, para el cumplimiento de sus deberes. Se vuelve un hombre calculable, necesario y regular, porque ha de dar razón de sí mismo en el futuro, cuando deba cumplir lo que ha pactado.

La memoria es primordial para la conciencia, pues como mencionaba, es necesaria para que el hombre pueda dar respuesta de sí en el futuro, pueda tomar la responsabilidad sobre sí mismo, pero ¿cómo crear memoria? ¿cómo crear ese ‘no quiero olvidar que…? Nietzsche propone que esta se cree a partir del dolor, porque lo que no brinda tranquilidad al hombre permanece en la memoria. A lo largo de la historia, se han evidenciado cantidad de escenarios, públicos incluso, donde con imágenes violentas se graba en la humanidad el hecho de que sí se han prometido una serie de prescritos para vivir bajo las ventajas y protección de la sociedad, no debe incumplirse esta promesa a menos que se tenga la disponibilidad de aceptar un castigo semejante al que se muestra. El hombre adquiere una responsabilidad, una deuda y una conciencia reflexiva, pensada de manera causal que permite el ejercicio de la voluntad; es decir, que le permite ‘querer hacer’ dentro de la sociedad implicando y asumiendo las consecuencias; además ha descubierto con la adquisición de la memoria la importancia de la razón para precisamente ejercer la voluntad de modo adecuado y conveniente. Esa responsabilidad, no se limita a tener deudas, se representa en la toma de conciencia de esa deuda que se adquiere; se traduce a una relación entre un deudor y un acreedor. Un deudor que ha de indemnizar al acreedor bien sea por un perjuicio ocasionado o en palabras generales, una condición no cumplida.

Cuando el hombre adquiere el derecho a la obligación (esto sucede al nacer), en esta libertad se encuentra implícita la culpa, la conciencia de uno mismo y de la causalidad de las acciones, y la educación de la voluntad como el deber. Podemos dividir aquí o reconocer a dos tipos de hombres: uno de ellos como aquel que actúa según sus poderes reactivos, que es instintivo e inocente; de otro lado se encuentra el individuo soberano, aquel a quien de hecho le parece impura toda la alegría e inocencia del otro individuo. El primero, el hombre- animal, se encuentra en vergüenza con el individuo soberano y se crea allí la relación de deuda. El hombre- animal, quien no tiene derecho a prometer porque no ha conseguido liberarse de la moralidad de las costumbres, se resguarda en la comunidad o en la sociedad sin tener conciencia aun de su poder o libertad y está en deuda con el hombre soberano, quien se apoya en la razón y la autonomía para regir su actuar. En términos generales podríamos decir que el pensar constituye al individuo soberano, el sentir constituye al hombre- animal.

El pensar del individuo soberano está constituido en parte por la asignación de valores, por las equivalencias y el cambio. Tiene poder para valorar a los demás hombres como iguales a él, o inferiores. Esto quiere decir que cada cosa tiene un precio, cada cosa puede ser pagada; es un tipo de justicia que entendida de este modo presupone una distinción entre los individuos soberanos que se reconocen y vuelven a entenderse entre sí por medio de compromisos, y los hombres inferiores a estos, los que son sometidos a un compromiso que conlleva a la justicia, entendida sencillamente como lo mencionado con anterioridad, una deuda que se paga, pero que además surge de la relación de acreedores y deudores.

Ahora bien, la cuestión, (y donde comienza lo interesante) es que la compensación del deudor sobre el fiador, puede no residir en una gratificación material, dicho de otro modo, en el despojar al deudor de dinero, bienes o servicios, sino también en el derecho a ocasionar dolor al deudor, por el placer que esto representa. Se trata de un sentimiento de bienestar que subsana al acreedor, una impresión de goce al hacer el mal.

Sea de ese modo la subsanación de la ofensa o el daño cometido, se le atribuye el nombre de pena. La pena es sencillamente, una de las interpretaciones que los acontecimientos de crueldad han tenido a lo largo de la historia; uno de los elementos que actúa sobre la esencia moral. La pena puede ser interpretada como un castigo a un individuo, por usar su libertad de un modo, pudiendo actuar de otro, en alguna situación determinada.

Pero la cuestión por la pena, Nietzsche no la toma simplemente como una compensación a un perjuicio y ya, analiza también en la pena, lo que es uso y finalidad, siendo lo primero la rigurosidad de los procedimientos y lo segundo la expectativa vinculada a esos procedimientos. Por lo tanto, si la pena es una interpretación de los procedimientos de crueldad, la utilidad de la misma también está sujeta a interpretaciones y su finalidad, bueno, el progreso de la humanidad podríamos decir.

Ahora bien, la pena, no solo equilibra el daño con algún tipo de penitencia, sino que además posee el valor de despertar en el malhechor el sentimiento de la culpa, una reacción en el alma llamada “mala conciencia”, ya que no es lo mismo tener la culpa de algo o tener la responsabilidad sobre algo, y sentirse culpable o responsable. Prehistóricamente al hombre se le castigaba para obtener una compensación por el daño causado; es decir, hay un hombre que tiene la culpa y se le impone un escarmiento por ello, un hombre que ha actuado de manera reactiva, que ha empleado sus instintos y sus fuerzas “animales” para actuar. Pero, lo que se aspira con la pena, no es solo pagar la deuda, sino que el malhechor comprenda el valor que tienen sus actos y tome conciencia de cómo debe actuar, esto es reprimiendo sus fuerzas reactivas y empleando sus fuerzas activas. Se infunda en el hombre una sospecha e incredulidad, una precaución pensada en consecuencias, un temor antes de actuar; de este modo la humanidad avanza, prospera a hombres más inteligentes y calculadores, pues el sentirse culpable implica que las cosas no han salido como se esperaba, la aplicación de la pena, le permite al hombre arrepentirse por ser sorprendido, porque algo sucedió sin ser previsto, pero la pena le permite también estudiar la acción que realiza y lo que podría resultar de esta acción. El hombre después de aplicada la pena, resulta como un hombre con una intensificación del temor y también de estrategia.

La mala conciencia, es la punzada de que el hombre se apropia después de ser modificado por la pena, ahora es un hombre infeliz, racional, calculador, analizador causal, porque quiere defender a su conciencia, conservarla o cuidarla. Para ello el hombre interioriza sus fuerzas reactivas, instintivas, salvajes y exterioriza las contrarias. Esto explica de hecho, a que se debe el placer en el causar daño a alguien más, o a sí mismo, muchas ocasiones valiéndose de religiones y de legalidades. La crueldad explicita en las penas aplicadas, consiguen un efecto en la memoria de los individuos, la alargan, intensifican la inteligencia y hacen desconfiado a aquel que la sufre, pero, además, la mala conciencia crea una visión desagradable del hombre consigo mismo, ya que denota negativamente aquello que se esfuerza por reprimir. A la par, imagina un ideal al que quiere llegar, ese individuo soberano que no sufre las fuerzas reactivas, ni el deseo por estas. Ahora bien, lo que sucede es que el individuo soberano ha aprendido a interiorizar sus fuerzas reactivas, pero esto no quiere decir que se desvanezcan en él o algo así. Justamente con la aplicación de la pena es como exterioriza el individuo soberano todas esas fuerzas, pues el causar dolor a alguien más es el reflejo del disfrute de causar daño a sí mismo. A lo largo de la historia, para justificar ese anhelo de hacer daño, el hombre ha creado divinidades, que actúan como espectadores de la crueldad que se práctica, pero esto no es más que una mera excusa y justificación para poder ser crueles y exteriorizar las inclinaciones animales. 

Para concluir quiero explicar porque el título de este escrito. Lo veo de la siguiente manera: si bien es cierto que al hombre le es lícito hacer promesas, es decir, el hombre tiene derecho a deber, entonces una vez que ha aceptado un contrato o que ha realizado una promesa, tiene la obligación de cumplir. El hombre solo puede prometer cuando se ha liberado de la moralidad de las costumbres, cuando se abandona de la responsabilidad de la comunidad o sociedad sobre sí, para hacerse a sí mismo responsable, cuando toma conciencia sobre su poder y su libertad. Sin embargo, al hacerse responsable de sí mismo ha de emplear su voluntad y su razón, para hacer elecciones, para tomar decisiones. Si ubicamos a nuestro hombre en una situación en la cual tenga que decidir cómo obrar, debido a que el hombre desde la concepción histórica, tras la asignación de penas se ha vuelto frio, racional, calculador, entonces pensará en obrar según dos criterios, por un lado, obrar de acuerdo a lo que instintivamente le sugiere, o actuar de modo que no pueda imponerse alguna pena sobre él. Al decidirse por lo primero estaría conectándose con el hombre salvaje que se deja llevar por los instintos y las intuiciones, pero estaría obrando con intencionalidades propias, a mí parecer; de otro lado si se decide a actuar de modo que no pueda penalizarse sobre él, estará cumpliendo con el prototipo de hombre o individuo soberano, al que le es lícito prometer y emplear el autocontrol y la libertad para ello, pero lo habrá hecho por temor a la pena que pudo haberse tributado sobre él; casi como a modo de enajenación, de una vista hacia sí mismo como un hombre en riesgo, como un hombre lleno de miedo. Actúa por temor, por precaución, es preso de las consecuencias y de los infortunios, por ello prefiere actuar de modo “correcto” aunque viva con eso en constante represión.

El derecho para prometer está fundamentado en todo el sufrimiento en que se ha visto envuelta la humanidad, así que, al cumplir con lo prometido nuestra intención no está puesta en actuar según sea mejor o más provechoso, sino en qué es conveniente para nosotros hacer de modo que no suframos el espíritu de la crueldad que fue impreso desde hace años.

 Actuamos porque estamos obligados a cumplir lo que hemos prometido, ¿nos traerá ventajas actuar como individuos soberanos?, ¡claro!, haremos parte de un conjunto de hombres que se destacan por su conciencia de libertad, por su autonomía, por su carácter e inclinaciones dominantes; pero una vez actuado de ese modo, no habrá sido ese el motivo fundamental, como si lo ha sido el temor que nos representa no actuar de ese modo. El temor por la pena, por una pena basada en la crueldad donde un individuo podrá descargar en nosotros toda la ira que ha reprimido. Habremos actuado de acuerdo a lo esperado, de acuerdo a lo prometido, pero nuestros poderes reactivos quedaran guardados hasta que haya oportunidad de castigar a alguien más y desatarnos con él. Es una cadena, a la par que una condena. Como humanidad vamos por la historia reprimiendo el salvajismo en unos escenarios y desencadenándolo en otros.  Cuando tenemos una deuda no estamos tan preocupados de efectuar la compensación, como sí de no ser castigados si no efectuamos esa expiación. Nuestras deudas requieren un sacrificio, el sacrificio del hombre-animal mismo, que se supera para poder prosperar, pero esa prosperidad se fundamenta en el terror, en el miedo a los castigos que nos ha presentado la historia, a partir de los cuales actuamos según nos convenga, actuamos según evitemos la obtención de penas, actuamos porque estamos llenos de miedo hacia el sufrimiento.

¿Cómo referenciar? 
Martin´s, Amarilla. “Condenados a deber, condenados a temer” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Nicolás Orozco M., 03 jun. 2020. Web. FECHA DE ACCESO.

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