Si hablamos de la ignorancia, podemos estar hablando de un conjunto de factores que proyecta diferentes formas, de lo contrario tendríamos que hablar necesariamente de las ignorancias, debido a que sería un error caer en la pretensión de que solo existe una y única forma en la que ignoramos cotidianamente. Esta columna tiene el propósito de explorar otra forma de ignorancia que ha sido trabajada durante diferentes edades del mundo, pero que en la actualidad parece no tomarse mucho en cuenta; me refiero a la ignorancia por dogma.
Durante varios meses he venido publicando varias columnas tratando de abordar el tema de la agnotología desde diferentes enfoques filosóficos. Comencé con Agnotología y filosofía: la importancia del estudio de la ignorancia (2021) con el fin de ligar el concepto de ignorancia con el de un estudio filosófico, en la misma columna referí a tres conceptos fundamentales para hablar desde el historiador Robert Proctor ‒expliqué, grosso modo, en qué consistían la ignorancia por estado nativo, por elección selectiva y por construcción activa. En la columna Entre Proctor y Coetze: diálogos agnotológicos (2021) hice hincapié en la necesidad de hablar de ignorancia por elección selectiva donde intenté mostrar, que la ignorancia puede ser voluntaria e involuntaria dependiendo del caso, que podemos ignorar algo tan solo con el hecho de preferirlo o simplemente pasarlo por alto. La tercera columna que ocupó mi interés fue Agnotología y moral (2021) desarrollada con la filósofa Ana Isabel Rico donde intentamos relacionar la ignorancia por construcción activa con la moral; la idea en general era poder decir que la ignorancia no se agota en sí misma, sino que tiene todo un abanico de criterios morales que podemos analizar.
En el caso del primer estado de ignorancia (por estado nativo) tuve que hacer omisión intencional sobre el tema porque es la forma más conocida y un tanto sencilla de la ignorancia: el hecho de no tener conocimientos. Este estado puede parecerse al nacimiento de un sujeto donde evidentemente nacemos sin ningún tipo de conocimiento; empero, en la actualidad cuando hablamos generalmente de personas ignorantes tendemos a verlos como huecos, vacíos y con profunda ausencia de conocimiento. Al ser la más popularizada no quise entrar en materia de este estado, pero ahora vemos la necesidad de utilizarlo como introducción para este escrito.
El hecho de pensar en ignorancia por estado nativo nos posiciona en un momento donde pareciera que cualquier ausencia de conocimiento es igual a ser ignorante. Sobre esa creencia no lo concibo así, sino que el tener ausencia de conocimientos es el inicio para tenerlos, es un estar libre de ataduras para recoger conocimientos y nutrirse, no es un estar sin conocimiento en la permanencia. En definitiva, el estado nativo es la posibilidad de adquisición de conocimientos, pero no es un estado del cual podamos decir que 1. Sea permanente o 2. Sea algo sobre lo cual podamos sacar algún juicio moral. Imagínese solo el hecho de sacar un juicio moral de un recién nacido respecto a su inteligencia, parecería un absurdo, en tanto pensamos que en el transcurso de su vida se nutrirá de diferentes conocimientos a los cuales sí podremos sacar dichos juicios morales; en otras palabras, esperar que un recién nacido tenga un conocimiento igual que un estudioso de la literatura sería caer en un problema.
Ahora bien, si la ignorancia no es un estar vacío, entonces ¿qué es? sabemos que la ignorancia puede ser una elección, puede ser una omisión, puede ser fruto de que alguien nos esconda algún conocimiento o que nacemos sin conocimientos previos del mundo. ¿Y qué tendría todo esto que ver con el dogma? Es lo que veremos en el transcurso de este escrito.
Iniciemos con un parafraseo de un cuento. En el budismo zen existe el cuento de Nan-in, un maestro de la época Meiji (1868-1912) quien le enseña a otro (algunos piensan que esta otra persona se refiere a un maestro universitario, pero existe un debate entre si el cuento es actual o puede ser más longevo) sobre su ignorancia. El cuento principalmente cuenta que Nan-in era un sabio que disfrutaba de la elocuencia del silencio y de la soledad al momento de terminar sus meditaciones. La otra persona, había pedido con antelación la reunión con Nan-in dado que debía cumplir otras labores y no contaba con mucho tiempo, el maestro zen aceptó. Al reunirse le preguntó a Nan-in sobre el camino del zen y, acto seguido, el maestro comenzó a servir una taza de té; con profunda paciencia lo fue sirviendo sin apuro hasta que el té rebasó la taza y comenzó a derramarse. La otra persona apurada y afanada le indicó que el té ya se estaba derramando, le dijo que estaba llena y que no cabía nada más del té; Nan-in respondió “Al igual que esta taza, usted está lleno de sus opiniones. ¿Cómo podría mostrarle lo que es el camino del Zen si primero no vacía su taza?”. La otra persona se levantó, inclinó la cabeza y se alejó de Nan-in.
Considero que realmente es un hermoso cuento que no solo refleja la sencillez del budismo zen, sino que nos abre la puerta al camino de la comprensión de la ignorancia. En este cuento nos remontamos a Japón, pero existen otras referencias que llegan al mismo punto desde la diversidad y riqueza cultural que existe en el mundo. Si nos remontamos a la antigua Grecia encontraremos en distintos fragmentos de El sofista (1871), El banquete (1999) o en el Teeteto (1988) que Platón trata a la ignorancia como un estar rebosante, un estar lleno y no un estar vacío. Parecería que Platón apela a esta noción de ignorancia al verificar que los que se consideran sabios no contienen el conocimiento que dicen tener. Por ejemplo, se supondría que Agatón está lleno de conocimiento y Sócrates no, sin embargo, se demuestra que Agatón cree tener sabiduría cuando no la tiene. Platón da un paso más allá y relacionará la ignorancia con el exceso de opinión, empero aquí no trataremos directamente ese tema.
Hasta aquí hemos postulado dos ejemplos: el de la taza de té y el de Platón. Lo que tienen en común es la manera de concepción de la ignorancia como un estar lleno, un reboso de conocimiento que parecería anclarse en la persona hasta el punto de considerarse sabios. La pregunta es ¿cómo se genera esto? Es en este punto donde introduciremos el factor de lo que hace el dogma y luego lo postularemos como una cuarta forma de ignorancia.
¿Qué es un dogma? En palabras sencillas un dogma podría ser una creencia o conjunto de creencias que son indubitables. Esto es, aquello de lo cual he aceptado como un conocimiento que jamás pondría en duda. ¿Qué tiene esto que ver con la ignorancia? Pensemos en el caso de Agatón y Sócrates: Agatón está convencido de que es un sabio por tener un conocimiento que considera como verdadero y en tanto verdadero parece que no debe dudarse de él. Ese estado de creencia absoluta sobre ciertos conocimientos estaría muy cerca de ser aquel estar lleno del que los dos ejemplos hablan: una saturación de conocimiento que llena de la misma cosa y así parece cegarse a otra. Podrían decirme que eso es elección selectiva a lo cual yo respondería que sí, es elección selectiva pero que la motivación es diferente. La elección selectiva consta de pensar en la ignorancia como elegir no ver algo (leer a Nishida o a Nishitani; en cualquier caso, estaremos eligiendo tomar en este momento un conocimiento sobre otro, lo cual es quedar en ignorancia sobre el conocimiento que no hemos elegido). Sin embargo, la ignorancia por dogma radica en elegir no tener un conocimiento no por no conocer nada de este sino porque pondría en tela de juicio otro conocimiento que se piensa indudable. Veamos un ejemplo: X persona quiere hablar sobre cómo funciona la política en Colombia y ve que hay huecos argumentativos en las propuestas de algún partido; una persona Y es creyente de que el partido en cuestión es un partido incuestionable y tiene una acérrima creencia en él. La persona Y frena en seco a X al comenzar a atacarlo simplemente por el hecho de mencionar que el partido político tiene problemas. Nótese que la persona Y está evitando el tratar el tema del partido político dado que iría en contra de sus creencias y por tanto no debe ser atendido este tema.
Pongamos otro ejemplo. Cuando hablamos de fanatismo nos encontramos con que hay una persona que está tan inmersa en un conocimiento que niega a otro. En este caso podríamos sentirnos familiarizados si pensáramos en algún familiar que tenga una acérrima creencia en alguna religión. Puede que pase una de tres cosas: 1. Otra persona intenta mencionarle el valor de alguna otra religión y el fanático religioso la invalida automáticamente, por no ser “la religión verdadera”; 2. Otra persona menciona que la religión del fanático tiene ciertas fallas que hacen cuestionarla y el fanático automáticamente cambia el tema o enfurece; y 3. Otra persona menciona algún problema sobre la religión del fanático y este escucha.
En el primer caso diríamos que la persona tiene un sesgo lo que lo imposibilita para la comprensión de otros conocimientos que no sean los que él considera dentro de sus creencias identitarias. En el segundo caso estaríamos tratando con una persona que simplemente no quiere conocer nada más de lo que ya sabe y podríamos incluso decir que es intolerante. El último caso sería el más ideal en cuanto a que escuchar no es comprometer sus creencias, pero, tal vez sí darle algún marco teórico que no haya visto. Cada una de estas cosas son propias del fanático por su profunda defensa de un tema en el que cree de manera exagerada. Esa exageración nubla el ingreso de posibilidades no para cambiar su creencia sino para enriquecer su bagaje epistémico; es en ese punto donde podríamos decir que hay ignorancia por dogma.
Creo que con lo anterior ya podríamos reconstruir de mejor manera el tema del estar lleno, que nos hablan los diferentes ejemplos que he mencionado en esta columna. Veamos cómo en el caso del fanático religioso encontramos que está rebosante de un mismo conocimiento la cual carga como verdad indubitable; esencialmente sería un vaso lleno de té que no permite que ni se llene más de su propio conocimiento ni de algunos otros. La ignorancia por dogma funciona de manera similar dado que responde a un estar lleno de un conocimiento que no hay cabida para más.
Con todo lo escrito hasta aquí, queda planteada la introducción a esta rama del estudio de la ignorancia. A propósito de la columna, espero poder estar publicando una serie de columnas trabajando de manera más precisa la estructura epistemológica de la ignorancia por dogma. Que esta columna sirva como un atisbo al tema, sirva como premisa para el estudio de una de las formas de ignorancia más sutiles que existen y con las que lidiamos cotidianamente.
Platón. El banquete. Navarra: Ediciones Folio, S.A., 1999.
Platón. “Obras completas” El sofista. Ed. Patricio de Azcárate. Madrid: Medina y Navarro Editores, 1871. Pp. 23-141.
Platón. “Diálogos V” Teeteto. Madrid: Editorial Gredos S.A., 1988. Pp. 137-318.
¿Cómo referenciar?
Orozco M., Nicolás. “Agnotología y dogma” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Valentina Medina, 13 nov. 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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