Maestrante y Licenciado en Filosofía e Investigador de la Universidad Tecnológica de Pereira.
Vol. III Colección C:1 – C5
En el último lustro, la difusión del documental Cosmos. A space-time odyssey (2014) en el cual el astrofísico y divulgador científico estadounidense, Neil deGrasse Tyson, presenta los principales descubrimientos astronómicos a lo largo de 800 años tras la muerte de Giordano Bruno, replantea ideas que fueron estimadas por verídicas en el tiempo. En efecto, siendo el mundo que se conoce la mínima parte de la inmensidad astral e infinita espacialidad que nos circunda, esto trajo consigo la renuncia a todas esas nociones físicas de herencia especulativa dada en los griegos y, quizá, de una fuente de transmisión más antigua a lo pensado por los mismos helenos. Empero, la indagación por estos acontecimientos aún es enigmática puesto que redundan en posibles hallazgos a futuro que, por el momento, obligan a pensar en los límites de la humanidad y la infranqueable frontera de un saber total que busca dar razón de cuanto acontece en tanto es un fin que pretende el desarrollo científico.
Así las cosas, la concepción de verdad cuyo reducto objetivo-experimental se ha impregnado en la cultura de las últimas dos centurias parece ofrendar la solución a múltiples necesidades humanas por vía de un método que tiene en las técnicas de dominio y de transformación su forma de realización. De aquí procede una tendencia positivista a concebir enunciados, pensamientos y búsquedas con sentido, aquellas que tienen por base lo empíricamente observable y susceptible de verificación; es el modelo cientificista que unido al progreso de la técnica convierte a todo lo distinto de ello en un sin sentido que debe suprimirse. Verbigracia, las aportaciones comtianas al paradigma científico las cuales presentan un avance de lo exiguamente mítico a lo eminente positivista que no se pregunta por trascendentalidades con el objetivo de evitar supersticiones, es lo que el mismo Russell (2004), matemático y precursor de la ciencia, estima como la siempre victoria de esta frente a lo religioso.
Contraria a tal visión, la idea de irreductibilidad de todo al método científico se afinca en el sentido común de ciertas vivencias que no se ajustan, necesariamente, a criterios evidencialistas y que, por demás, comportan aspectos fundamentales de la existencia humana por cuanto son dotadoras de sentido. En efecto, las singulares experiencias de fe albergan sentidos que al trascender lo evidente se torna como lo que no se puede comprobar de manera concluyente y, sin embargo, esto implica un rasgo de verdad para los creyentes; verdad que no se reduce a simple demostración y evidencia científica en tanto puede tener formas múltiples de ser expresada. Para efectos de sentido, el antropólogo español Lluís Duch (2002) argumenta en favor del juego de complementariedades, esto es, la interacción de discursos míticos y lógicos como modos de explicar el mundo, empero ambos han surcado periodos en que una relación como, también, una ruptura ha sido constatadas.
De hecho, los escritores cristianos que bebieron de la filosofía y la utilizaron con el fin de esclarecer los misterios de su fe serán los mismos quienes, hacia el fin del periodo medieval, se opondrán a las nuevas intuiciones del universo las cuales desdicen los idearios de un extenso periodo dado a la física aristotélica. En el marco descrito, es una constante necesaria el mencionar a intelectuales del tiempo como el treviriano Nicolás de Cusa, Copérnico, el italiano Giordano Bruno y Galileo, quienes aparentan combatir a un cristianismo que había asumido el rol de un legitimador de ciencia adoptando las interpretaciones de los antiguos astrónomos a una revelación ofrecida por las Sagradas Escrituras. Pero, lo cierto es que estos pensadores, lejos de repudiar lo que por fe orienta en lo que refiere a las acciones humanas, buscaban resituar las demostraciones cosmológicas en un ámbito en que el pluralismo aboga por la atención de ideas que merecen y deben examinarse.
La pluralidad de mundos, en este caso, aseguró la ruptura de la religiosidad cristiana con la ciencia que empezaba a perfilarse como autónoma; tesis que logra consolidarse con el desarrollo técnico que ofreció la creación del telescopio. Pero tal avance del siglo XVII, posibilita comprender el alcance de las nuevas teorías que no implican el rotundo rechazo de lo que da sentido a la vida si bien, para la cristiandad sensata, admitir la grandeza e inmensidad de una creación de la cual el hombre se percibe como pequeña parte de la misma no demerita una búsqueda de horizontes de sentido que respeta sus límites (Villoro, 2013). Desde esta perspectiva, se sitúa el viraje de una antigua concepción que obliga comprender posibles cambios al interior de cualquier de doctrina, al menos de ser sometidas estas al debate con tendencia a perfeccionar sus proposiciones, lo cual nos indica, por segunda vez, que la verdad no se reduce a ámbitos específicos y puede tener formas distintas.
Con todo lo dicho, la relación entre ciencia y religión, hasta nuestros días, ha sido objeto de discontinuos esfuerzos por un acoplamiento, al menos por evocación de cada una de las particularidades en ambas que ofrecen medios para ser y estar en el complejo mundo que nos circunda. Y, aunque más han sido las atenciones y la búsqueda de razones para una inextricable vinculación de las áreas en cuestión, lo cierto es que la discusión se torna irresoluble ante los argumentos pro et contra que advierten de posibles nexos o de las contundentes diferencias procedimentales que las hacen irreconciliables respectivamente. Pero, independientemente del problema descrito, lo que tienen de común es que son prácticas que emergen de un horizonte de sentido con el que, paulatinamente, el ser humano construye conocimiento y se orienta en la existencia, en otras palabras, son maneras de comprender la realidad que, aunque responden a cuestiones disímiles, no se prioriza una sobre la otra.
Escrutar y descubrir las leyes que rigen los fenómenos de la naturaleza como, también, la búsqueda de sentido, de orientación y valoración de la vida son asuntos propios de un ser humano que alberga la necesidad de comprender y hacerse con la verdad de cuanto le rodea y acontece, y por lo mismo, son complementarios. Ni las creencias religiosas detentan un cúmulo de respuestas para todas las preguntas que emergen, ni la ciencia acapara la totalidad del saber pues, como se ha indicado, la verdad es tan compleja como el mismo hombre que hay tantas razones para brindar una solución a sus interpelaciones. En esencia, ¿la ciencia es el único criterio capaz de alejar falsas nociones? o ¿se puede dar razón de la realidad completa partiendo de creencias cuyo propósito no es precisamente la demostración de las mismas? He aquí que, el hombre, es un sujeto polifacético que busca integrar armónicamente las dimensiones que le son propias y los aspectos que hacen parte de su medio.
¿Cómo referenciar?
Valencia Marín, Estiven. “Ciencia y religión: una discontinua relación e ininterrumpida ruptura” Revista Horizonte Independiente (columna filosófica). Ed. Brayan D. Solarte. 19 enero, 2022. Web. FECHA DE ACCESO.
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