Uno de los asuntos más espinosos y urgentes de discutir y llevar a la práctica en nuestras sociedades es cómo hacer frente de manera individual y colectiva a graves afrentas a la dignidad y la vida. Que una ley, por ejemplo, establezca que una persona o institución deba pedir perdón por determinadas acciones, no hace de este acto algo genuino ni tampoco determina que haya obligación de aceptarlo. Sin embargo, que la ley contemple la necesidad del perdón en algunos casos y que haya igualmente diversos escenarios en los cuales podamos reflexionar y debatir sobre esto es quizás evidencia de una mejor comprensión, una más profunda, de los asuntos humanos.
El arte de la literatura ha sido generoso presentándonos de tanto en tanto obras en las cuales temas como el perdón, la culpa y la redención se entrelazan, mostrándonos cómo una humanidad plena es imposible para aquel que es incapaz de reconocer el daño infringido y cómo asirse a la vida es posible para aquel que sabe reconocer el valor del perdón.
Uno de los ejes centrales de la novela Desgracia (1999) del escritor sudafricano Coetzee (1940), nacionalizado australiano en 2006, es justamente este. Los personajes centrales de la novela, el profesor David Lurie y su hija, Lucy, viven de manera distinta el reconocerse parte de un país fracturado, que tras el punto final legal del apartheid, ahora deben encontrar una manera distinta de ocupar y compartir el territorio. Lucy es una mujer joven que vive en el campo, ha renunciado a una vida urbana con las expectativas que ello conlleva pues su deseo es dedicarse a su granja y poder sacarla adelante. La ayuda de un vecino, Petrus, ha sido decisiva para ella. Petrus encarna esa otra Sudáfrica, antigua, originaria pero que ha sido despojada, anulada y ahora, en un momento post – apartheid, tiene la fuerza y determinación para hacerse un lugar en el que sea reconocido como un igual. La llegada de Lurie parece romper ese equilibrio en la relación entre Lucy y Petrus.
Lurie carga sobre sí haber cometido una falta grave en su trabajo, es señalado de acosar sexualmente a una estudiante, y si bien acepta los cargos se rehúsa a pedir disculpas públicamente. Esto último es evidencia de que no reconoce la gravedad de su falta. Este episodio es particularmente importante en la novela pues nos ilustra la naturaleza dual de los seres humanos, capaces de encarnar tantos vicios como virtudes. Lurie es un padre preocupado por su hija, amoroso, un intelectual capaz, pero es incapaz de reconocer el daño que ha hecho a la joven estudiante con la que se ha involucrado. Habiendo perdido su trabajo, decide entonces pasar una temporada con su hija y empezar un nuevo capítulo en su vida, frente al que no tiene muchas expectativas.
La manera en la que se va dando un giro es a través de un brutal episodio en el que Lucy lleva la peor parte. Ambos, padre e hija, deben ahora encontrar cómo seguir con sus vidas. Lurie va desarrollando una sensibilidad distinta para reconocer que ha sido egoísta, prejuicioso y, sobre todo, que ha hecho daño a alguien vulnerable y que esos agravios han alcanzado a otros. Esa sensibilidad se va cultivando paradójicamente a partir de la relación que va teniendo con los animales de un refugio, perros en particular, destinados al sacrificio.
Se puede leer Desgracia como la historia de un hombre egoísta, misógino, racista, clasista, que, en el trabajo silencioso de ayudar a bien morir a los perros de un refugio, inicia ahora un largo camino hacia la redención. También puede leerse por supuesto como la historia de un país que va encontrando cómo lidiar con el dolor, la culpa, la rabia, y en el que a través de la compasión sus habitantes pueden empezar un nuevo capítulo.
¿Cómo referenciar?
Rico Torres, Ana Isabel. “Redención” Revista Horizonte Independiente (columna literaria). Ed. Nicolás Orozco M., 21 jul. 2021. Web. FECHA DE ACCESO.
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