Coordinador del comité de contenido Revista Saga
Ciclo II de “Las humanidades en…”
«I can’t breathe», por su traducción al español, significa «no puedo respirar».
Probablemente, todos nosotros hemos tenido esa sensación.
Me refiero a la sensación de no poder respirar.
Algunas situaciones cotidianas la causan. Por ejemplo, cuando nuestro rostro está cubierto por un
par de cobijas por largo tiempo, cuando vamos por la calle y el lugar está lleno de niebla
contaminante, o cuando intentamos hacer apnea en la piscina. En estos tiempos de pandemia, por
ejemplo, sentimos que no podemos respirar cuando usamos mucho tiempo el tapabocas o cuando
un policía se arrodilla sobre nuestro cuello por más de cinco minutos.
No, no me equivoco. Esta última situación, entendida como una situación en la que las fuerzas
policiales y militares abusan de su autoridad y del poder que con ella contraen, es una situación
cotidiana. Quienes somos ciudadanos del mundo sabemos que es así.
Recuerdo que el pasado martes 26 de mayo me desperté hacia las ocho de la mañana y, luego de
levantarme de mi cama, tomé mi teléfono móvil. En él, abrí y revisé una red social cualquiera, y
vi un determinado vídeo.
«I can’t breathe», por su traducción al español, significa «no puedo respirar».
«I can’t breathe, I can’t breathe!»: esas fueron las últimas palabras de George Floyd, quien fuera
un ciudadano estadounidense. Digo «quien fuera» porque Floyd, ese mismo martes, en horas de
la madrugada, fue asesinado por un policía estadounidense, en la ciudad de Minneapolis. Al
despertar, el determinado vídeo que vi fue el de su asesinato: en su cuello, un policía se arrodilló
por más de cinco minutos.
Sabemos, por sus palabras, que lo último que sintió Floyd fue la sensación de no poder respirar.
Probablemente, todos nosotros hemos tenido esa sensación.
Pero también hemos tenido esa sensación de impotencia cuando somos testigos —sobre todo,
testigos directos— de la brutalidad de la institución policial. Si por impotencia entendemos algo
así como una «motivada cohibición de la propia voluntad», yo, por ejemplo, sé que mi
impotencia en esos casos está empíricamente motivada: sé, por experiencia, que un
enfrentamiento con la institución policial, por su brutalidad, puede acabar con mi vida.
Cuando vemos a una persona que pide ayuda, por lo general atendemos a su llamado y tratamos
de ayudarle, prestándole el servicio que necesite, siempre y cuando podamos, en verdad,
ayudarla. George Floyd, en medio de la sofocación que padeció mientras el policía le clavaba la
rodilla en el cuello, clamó por ayuda, y le advirtió al policía que se estaba quedando sin aire.
Entonces yo me pregunto: ¿por qué el policía que asesinó a Floyd no detuvo su ejercicio «de
control» cuando Floyd se lo pidió? ¿No le pareció que debía hacerlo? ¿No le pareció que Floyd
«la estaba pasando mal»? ¿O quizá esa petición, por no decir que Floyd mismo, le fue totalmente
indiferente?
Imaginemos, por demás, que ninguna de mis preguntas tiene una respuesta satisfactoria. E
imaginemos también, por un momento, que el policía creyó de hecho que Floyd no merecía su
atención ni su ayuda (o, aún peor, que merecía ser asesinado) porque Floyd era un hombre negro.
Porque sí: George Floyd era un hombre negro. Y sí: su asesino es un hombre blanco.
Paradójicamente, debo decir que esto no debe escandalizar a nadie. (¡¿Cómo no?!). Aunque
suene increíble, es un hecho: aún hay seres humanos que creen que en este planeta hay algo así
como «razas superiores» (lo que supone, se ve, que deben haber también «razas inferiores»), y
aún hay seres humanos que creen que el curso de sus acciones debería guiarse por ese tipo de
creencias. La creencia en el discurso supremacista en Estados Unidos y otras partes del mundo es
todavía un hecho, y las lesiones de raza también lo son. Es más que probable que el caso de
Floyd se trate de un caso más en la lista de casos de racismo estructural y violencia policial con
criterio racial en Estados Unidos.
Soy de la opinión de que ninguna de esas creencias puede ser el caso, ni lógica, ni biológica, ni
empíricamente: ninguna relación hay entre la pigmentación de nuestra piel y un mérito de
persecución y discriminación a quienes no comparten nuestro color de piel. De que podamos
agrupar, en virtud de sus configuraciones genéticas, a diversos grupos humanos, no se sigue en
absoluto que haya entre ellos unos tales grupos superiores o unos inferiores. Menos aún se sigue
que entre esos diversos grupos humanos deba haber un mérito de persecución y discriminación.
Lógicamente, de hecho, la creencia común en la supremacía de la raza, que descansa sobre ideas
como la del color de la piel o la superioridad intelectual, incurre en una falacia: la falacia del
doble rasero. A propósito de la esclavitud de la comunidad negra, hacia 1854, Abraham Lincoln
escribía:
[…] si A puede probar concluyentemente que tiene derecho a esclavizar a B— ¿Por qué no se sirve
B del mismo argumento y prueba igualmente que puede esclavizar a A?
Dices que A es blanco y B negro. Se trata del color, entonces: ¿los más claros tienen el derecho de
esclavizar a los más oscuros? Cuidado. Por esa regla, tú puedes ser esclavo del primer hombre
que encuentres con una piel más clara que la tuya.
¿No se trata exactamente del color? ¿Se trata de que los blancos son intelectualmente superiores a
los negros y que por ello tienen el derecho de esclavizarlos? Cuidado de nuevo. Por esa regla
puedes
ser esclavo del primer hombre que encuentres con un intelecto superior al tuyo.
Esta misma falacia la cometen algunos argumentos a favor de las lesiones de clase o de sexo.
Quiero decir aquí lo siguiente: que las humanidades en mi vida me han enseñado muchas cosas
que, sin ellas, difícilmente hubiese aprendido. De la mano de ellas y de algunas experiencias muy
humanas, he comprendido, por ejemplo, que no hay ningún argumento bueno a favor de la
discriminación racial, de clase o sexual. Específicamente hablando, la filosofía, que es la
disciplina en la que trato de formarme, me ha enseñado a cultivar una forma muy especial de
ejercer el pensamiento, o, por lo menos, me ha enseñado a tener una experiencia muy especial
del pensar.
Adolfo Carpio, un filósofo argentino, se atrevió a definir la filosofía como una «crítica
universal» y como un «saber sin supuestos». Siguiendo su definición, a mí me gusta mucho
hacer una metáfora —tal vez forzada— de la filosofía como de un agujero negro: este es un
objeto cuya fuerza de atracción es tal, que nada, ni siquiera la luz, se le escapa. De modo que
creo que la filosofía es un poco como un agujero negro: es un saber humano cuya crítica es tal,
que nada, ni siquiera los saberes más «conocidos», supuestos e indiscutidos, se le escapan.
Si el policía que asesinó a George Floyd lo hizo por motivos raciales, eso significa que sus
acciones estuvieron guiadas por la creencia en la raza. Así visto, si el policía que asesinó a
George Floyd hubiese cuestionado esa creencia, sus acciones quizá y solo quizá hubiesen sido
distintas y, tal vez y solo tal vez, George Floyd seguiría hoy con nosotros, resguardándose en su
casa para evitar la actual pandemia.
«Cuestionar su creencia» no significa que el policía debió de hacerse una pregunta sobre si creer
en la raza y la superioridad de la raza es bueno o malo. Algún relativista axiológico podría
argumentar tanto a favor como en contra y, por lo demás, el asunto que aquí considero central se
perdería. «Cuestionar su creencia» significa que el policía debió de hacerse una pregunta
suficientemente profunda y radical sobre su creencia en la raza y la superioridad de la raza.
Quizá una del tipo siguiente: ¿una vida en la que se persigue y discrimina a quien tiene una
pigmentación en la piel diferente de la mía es una vida que vale la pena ser vivida? Preguntas
profundas y radicales como esta última, tanto sobre nuestras creencias como sobre nuestros
saberes y acciones, nos las encontramos cuando estudiamos las humanidades y los saberes
relacionados con lo humano.
Anteriormente, traté de mostrar que fue de la mano de las humanidades que aprendí que no hay
ningún argumento bueno a favor de las lesiones de raza, clase o sexo. De esto no puedo deducir
la importancia de la filosofía o de cualquier otra área de las humanidades. Pero creo que sí puedo
por lo menos insinuar su importancia, e intentar relacionarla con el caso de Floyd.
Es un lugar común asociar la reflexión sobre la manera en que fuimos, somos y seremos seres
humanos, con las humanidades. Yo mismo habito ese lugar común. Y pienso que todos nosotros
hacemos, con relativa frecuencia, tal reflexión. Quiero decir, pues, con cierta ligereza (mucha,
siendo franco), que cada vez que reflexionamos sobre las decisiones que debemos tomar a diario,
hacemos entonces una reflexión sobre la manera en que como seres humanos deberíamos
nosotros de pensar y de actuar. En ese expreso sentido, a saber, en el de que reflexionamos
constantemente sobre el qué y el cómo de nuestra humanidad, pienso que hacemos humanidades.
La pregunta que queda es por qué el policía que asesinó a George Floyd, como muestra el vídeo,
en ese momento no se detuvo ni un solo segundo a reflexionar sobre su pensar y su actuar. Sobre
todo, a reflexionar sobre su actuar. ¿Quizá desconoce él la importancia de esa reflexión?
Ninguna reflexión sobre lo humano nace de la espontaneidad. Espero que el lector de esta
columna se pregunte, pues, si la muerte de George Floyd fue justa. Si esa pregunta lo conmueve
o le parece en algún sentido importante, algo de razón me puede dar cuando digo que la reflexión
sobre nuestra humanidad, tal y como la llevan a cabo las humanidades, es igualmente importante.
Por lo demás, si espera mi opinión al respecto, yo pienso que su muerte no fue justa. En absoluto.
Yo condeno y repudio su muerte, así como la muerte de las millones de víctimas de la violencia
con criterio racial, de clase o sexual. Entre ellas, se entiende, también aquellas víctimas de la
brutalidad policial.
Todos nosotros hemos tenido esa sensación.
Me refiero a esa sensación de no poder respirar cuando vemos el sufrimiento del otro.
Como seres humanos, no esperemos, para reflexionar, hasta nuestro último respiro.
#BlackLivesMatter
¿Cómo referenciar?
Sergio Ariza. “Las humanidades en… un último suspiro” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 26 jun. 2020. web. FECHA DE ACCESO
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