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Héctor Fabio Cardona Monsalve & Estiven Valencia Marín

Director y subdirector de la Revista Vertientes

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades en la educación: disensión y unión de dos áreas constructoras del saber

 

“Las ciencias, letras y artes menos despóticas y quizá más poderosas, extienden guirnaldas de flores
sobre las cadenas de hierro que cargan los hombres y ahogan su sentimiento de esa libertad para la que parecen haber nacido”
– Rousseau. Discours sur les Sciences. 

 

El interés por el conocimiento científico se presenta como el conducto regular de la actividad educativa patentizada a lo largo de la historia de la humanidad. De hecho, la típica concepción de un esfuerzo griego por explicar los fenómenos naturales omitiendo lo mítico, la posterior orientación teológica que en el medioevo emergió como un medio para escrutar la génesis de las leyes que rigen el universo, el advenimiento de sistemas como el copernicano, el galileano y baconiano con los que se concretó la matematización y la experimentación como principios de cientificidad, son algunos ejemplos de los contenidos que dirimen el aspecto cognoscitivo de la educación actual. Empero el imperio teorético que encauza las distintas especialidades, no es en definitiva el punto esencial de una educación cuyo interés es la contribución al alivio de la realidad adversa que circunda a la humanidad. Así es como se entroniza el cariz práctico de la educación con inscripción en lo social y en la cual se haya comprometida la dimensión axiológica de los seres humanos.

Actitudes y comportamientos humanos tienen en la valoración de los fines que persiguen su fuente de emergencia, valoración tal de la que, en términos de Nietzsche y de Scheler a partir de sus obras Aurora y Gramática de los Sentimientos respectivamente, se construye el juicio estético y moral, toda verdad científica y observación cotidiana determinante en la concreción de acciones para el desarrollo social o el perfeccionamiento del individuo en sus capacidades. Ahora bien, el valor que se le ha entregado a la educación depende de factores estrechamente vinculados con el conocimiento, conocimiento que, a su vez, se muestra permeado por serias transformaciones sociales, culturales, económicas y políticas que obligan desarrollar cambios significativos en sus propósitos. No obstante, la enseñanza general practicada por sus muchos agentes: docentes, padres de familia, etc., parece olvidar que la técnica, la aplicación laboral, utilidad económica, y la aprehensión conceptual, aunque importantes, no son única respuesta a las dificultades que sobrevienen a los individuos y sociedades de nuestro tiempo. 

Una atención por las potencialidades del ser humano, la estima por la intuición, imaginación, sentimientos y emociones inherentes al hombre, el respeto por las ideas y creencias que dotan de sentido la existencia y orientan el actuar cotidiano, constituyen un campo de indagación y de saber que sitúa la comprensión total de la persona como enfoque de su quehacer reflexivo. En otros términos, las dificultades que sobrevienen a los individuos y sociedades de nuestros días tienen en el hombre, en sus profundas inquietudes y su existencia un modo de solventar aquellas problemáticas que trascienden los intereses progresistas de la tecnología y la ciencia, problemáticas que hunden sus raíces en situaciones de inequidad, violencia, corrupción para las que la tecnología y la ciencia son incapaces de resolver. Con lo dicho, la restricción para con las humanidades supone de un soporte antropológico que se cercena cuando este soporte es el que dirime la práctica educativa, si bien, en palabras de Zubiría, se busca formar un tipo de ser humano capaz de pensar y juzgar lo que le acontece.  

En lo que respecta al valor de las humanidades, si bien estas, como disciplinas, captan al ser humano en su complejidad constitutiva, no debe comparársele con los mismos matices de las ciencias exactas. Especialidades tales como la psicología, la literatura, arte, historia, música, la filosofía, la antropología y de igual forma la ética, son algunas de las múltiples formas de expresión a través de las que el ser humano ha construido sentido de vida desde sus orígenes. Por otra parte, las preguntas alrededor del inicio de nuestra propia existencia, de lo bello, de lo estético, el buen obrar, de la responsabilidad con las otras personas, hacen parte del común interrogante del hombre, que no puede ser aislado ni mucho menos minusvalorado por otras disciplinas incapaces de dar respuesta a dichos asuntos. La grandeza, pero también necesidad de las humanidades radica en la constante indagación que estas ejercen sobre la naturaleza y la evolución humana, de ahí que no sean ciencias que limiten sus exploraciones a respuestas puntuales como se esperaría de toda erudición técnico-experimental. 

Queda en la historia un hilo teórico aún no subsanado por pensadores actuales, esto es la seria disputa por la validez de un conocimiento que hunde sus fuentes en lo fáctico y experiencial, contrario a lo intuitivo e inmaterial. De hecho, intelectuales posteriores a Kant y anteriores a Husserl, como lo fueron el alemán Hegel y el francés Comte, se hicieron en disertaciones con la tradición dualista de lo fáctico e intuitivo, lo físico y lo inmaterial. En primer lugar, lo que el sttutgartense Hegel entiende por ciencia revela un todo integral que conjunta intuición con experiencia, en términos de Lyotard, la vida como la manifestación del Espíritu Absoluto se presenta al sujeto tal como es en sí misma para luego ser expresada en tanto objeto dado a la conciencia más allá de lo puramente empírico. Pero, en segundo lugar, situar lo natural como criterio de ciencia, esto es aquello que se conoce por los sentidos, es la posición contraria tan defendida por el montpellerino Auguste Comte para quien apelar a oscuras abstracciones es criterio de inutilidad, imprecisión y desaciertos. 

Ante la situación anterior, la réplica es contundente: la divulgación de las ciencias del espíritu es igual o de mayor importancia a las ciencias exactas por cuanto las abstracciones como una idea de construcción de una mejor sociedad se torna útil y no admite desaciertos. Hoy en día, las cuestiones acerca de nuestra propia conducta se hacen imprescindibles y aún más cuando se reconocen los modos y las dificultades bajo los cuales se desarrolla nuestro tiempo donde el desinterés por el conocimiento de nuestra propia naturaleza y nuestras formas de expresión, se ven sujetas al olvido y a consideración de algunos “improductivas”. De ello diremos que, tales posturas se dan bajo el amparo de comparaciones con aquellas ciencias exactas de cuya eficacia social y académica se alardea que realiza. Así, para reivindicar dichas concepciones y recuperar el papel de las humanidades –si bien estas también contribuyen al desarrollo de la persona y sociedad en general– habrá que puntualizar en la diferencia principal entre ambos tipos de saber, diferencia que recae en sus métodos y fines. 

De manera que, el mejor modo resarcir tal vulneración para con las humanidades es atender al enfoque particular de esta área del saber, en otras palabras, el reconocimiento de un cultivo de conocimiento que aboga por la comprensión total de la persona: en sus aspectos físicos y no físicos. Por lo demás, la educación tampoco alcanza eximirse de aquellos cambios por los que transita el siglo XXI, siglo que sin duda tiene en las adaptaciones tecnológicas su forma de influir en los asuntos más importantes de una sociedad como es el caso de una formación básica y superior en el contexto colombiano. Sin embargo, la fuerte influencia de las técnicas otorgadas por la tecnología, sin desconocer la utilidad que estas prestan al desarrollo personal y social de todos los individuos, puede acrecentar la crisis de una educación que respalda la instrumentalización de las mentes en tanto dilapida la importancia de rasgos inherentes al ser humano como la intuición, imaginación, sentimientos, emociones, el respeto por las ideas y creencias de otros que orientan la madurez de los individuos. 

Conforme a lo mencionado, se hace insustituible la identificación de las humanidades con la educación al ser esto una necesidad que no debe entenderse cuan simple capricho, más bien es de comprender la enseñanza como aquella posibilidad de reconocerse todo hombre como ente de libertad, como sujeto crítico. Tal como lo mencionó el pensador Bertrand Russell en su ensayo Sobre la educación, esta es el único y más valioso de los medios para formar seres humanos independientes, sensibles, cultivados por la curiosidad, el esfuerzo y la aventura; la posibilidad para desarrollar facultades que nos acercan al mundo. En síntesis, el desacreditar las humanidades y desestimarlas desde en lo educativo lleva a la enajenación de interrogantes acerca de nuestra propia existencia, interrogantes que dan apertura a ser conscientes sobre la condición de responsabilidad para consigo mismos y con los demás. Si entendemos el vínculo de las humanidades con el mejoramiento social, será un modo pertinente de mirar el abismo, es decir, las crisis, y no descender ante el mismo.

¿Cómo referenciar?
Héctor Cardona & Estiven Valencia. “Las humanidades en la educación: disensión y unión de dos áreas constructoras del saber” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 26 jun. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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