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Revista Abagó

Universidad del Rosario

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Las humanidades en el cotidiano estudiantil

La presente columna es un compilado de varios relatos de quienes hacemos parte del equipo Abagó, para nosotres el construir un personaje que se cuestione, construya y alimente desde lo colectivo, desde lo íntimo, resulta en la capacidad de reflexionar desde lo cotidiano, desde lo que alimenta, per se, a las humanidades. Les invitamos, entonces, a leer no una columna, sino un relato sobre este caminar estudiantil por las humanidades, a cuestionarse, como nuestra Ema, sobre el cómo hemos llegado hasta acá: Nosotres como revista estudiantil, ustedes como lectores que no se encuentran distantes a las preocupaciones de esa cotidianidad, a esas realidades que compartimos desde la capacidad de sentirnos y recordarnos en la distancia…

No nací en Bogotá, llegué a la ciudad a estudiar antropología hace ya un tiempo, ¿Tiene acaso eso algo de especial? No lo sé, pero siento, como la Ema de ahora, ser una mezcla de muchas partes de Colombia. ¿Que cómo terminé en las humanidades? Es una pregunta compleja como un inicio, no creo que nadie pueda resolverla en su totalidad, sin embargo, es una pregunta que transita muy seguido por mi cabeza.

Lo primero que hay que notar, y que para nadie es un secreto, es la forma en que se educan las personas en la capital y las que nos formamos en colegios de ciudades más pequeñas o pueblos. Cuando salí del colegio pude entender, por ejemplo, que la educación que recibí tenía un mayor enfoque tecnológico que de análisis de la realidad social; pero, además, comprendí que no era un cambio que solamente me afectaba a mi o a mi comunidad, se trataba de un cambio generalizado de las sociedades y su cambio tenía una marcada incidencia en los diferentes niveles educativos. Estos cambios superponían un adiestramiento técnico, la mayoría de veces utilitarista, sobre la formación social, lo cual reducía considerablemente las posibilidades de realizar reflexiones humanísticas que, retomando las palabras de Cordua (2012), tenían sentido al ser las que proporcionaban, y proporcionan, la preparación para una coexistencia de diversas personalidades desde un ejercicio de una ciudadanía consciente y responsable. Sin ello, solo nos encaminamos hacia fines lucrativos, nos reducimos a una producción y comercialización de bienes materiales, el bienestar colectivo sale de nuestros radares y se vuelve absurdo frente a un sentido individual. 

Además, pude comprender que el enfoque técnico de la escuela orientaba a los estudiantes a elegir profesiones que permitieran realizar tareas puntuales y coartar, por falta de profundización, la posibilidad de elegir profesiones que, a partir de una visión crítica de la sociedad, permitieran reflexionar sobre diferentes aspectos de la realidad social y adquirir un pensamiento crítico “de trascender las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como ciudadanos del mundo” (Nussbaum, 2010).

Gracias a reflexiones más conscientes sobre mi paso por la escuela, entendí que la estrategia era reducir el tiempo destinado al análisis y crítica de la complejidad humana en las aulas e incrementar la impartición de conocimientos técnicos, creando en mi y mis compañeres la idea de que existen profesiones rentables, entre las que las ciencias y la tecnología están en un nivel superior al de las disciplinas sociales y humanas. Esta concepción peyorativa no solo a nivel lucrativo, sino desde el estigma social, sobre el grupo disciplinar ha tenido eco en diferentes sectores de la sociedad, por ejemplo, a la hora de elegir una profesión o seleccionar un perfil profesional para ocupar un cargo.

Para aterrizar esta idea tan grande desde mi experiencia, recuerdo que las primeras carreras que se me vinieron a la cabeza cuando me inscribí para presentar el examen de admisión en la universidad pública fueron sociología y biología. Cuando me dieron los resultados del examen mi decisión sin pensarlo fue sociología, sin embargo, la respuesta tajante de mi familia fue: “Si va a ser buena en algo, no será como líder guerrillera”, enviaron la carta de retiro de cupo y mi madre me inscribió a Biología en una universidad privada. Si bien empecé mis estudios en biología, un semestre después sentí, por obvias razones, que eso no era lo mío, así que decidí tomarme un tiempo para pensar realmente qué quería hacer, para ello volví al lugar que me vió crecer, pero al poco tiempo, un poco desesperada y frustrada, decidí emprender un viaje.

En ese viaje descubrí muchas cosas, no solo por el  impulso de viajar, también me permitió realizar un ejercicio introspectivo. Claramente no fue un viaje color de rosa, para que sea más claro, tenía 17 años y me econtraba sola. Una  burbuja de privilegios me acababa de reventar en la cara mientras me bajaba de un camión en un lugar cuyo nombre solo había escuchado en las noticias por los constantes combates y presencia guerrillera. Recuerdo que en ese momento no tenía mucha risa, me quedé paralizada a un lado de la carretera y no lloraba por mantener un poco de dignidad frente a la mirada curiosa de las personas que pasaban, ya no tenía claro dónde estaba, ni siquiera estaba segura de seguir en Colombia. Puede sonar estúpido, pero en la zona lo que hay es monte, y en un abrir y cerrar de ojos ya has cruzado la frontera como si caminaras de tu casa a la tienda. Busqué un hostal y me presenté con la dueña como bióloga, ya entrada la noche, y una vez lo más cómoda posible, lloré lo que no había llorado en mi vida, intenté llamar a mis papás toda la noche, pero cuando iba a darle a la opción de llamada, se me revolcaba el orgullo y me retractaba. Esa primera noche le reclamé al mundo todo lo que se me pasó por la cabeza, maldecía la hora en que agarré la maleta y el momento en que me bajé de ese camión, me arrepentí de no haber llamado a mis papás y de haberme retirado de biología, maldije a la guerrilla y a los militares inútiles que estaban por todo el maldito pueblo, maldije el hostal, todo.

Dentro de esa crisis hubo algo que me hizo entrar en razón: En la zona, muchos de los procesos comunitarios a nivel de conservación y mediación de conflictos, eran guiados por la iglesia católica. Por invitación de la dueña del hostal me acerqué a ellos y, una vez lo hice, me sentí muy acogida, fueron muy atentos conmigo, tomaban y se reían mientras conversaban sobre la próxima asamblea. Para no hacerles esto muy largo, por mi supuesta formación como bióloga, me invitaron a conocer el proyecto que estaban desarrollando, se trataba de un proceso de conservación hídrica, además establecían planes de acción para reducir la tala ilegal de árboles en la zona y necesitaban la mayor ayuda posible. ¿Qué por qué no desmentí lo de mi formación? Sinceramente pensé que algo me podía pasar si decía la verdad, pero principalmente, porque me dio mucha curiosidad saber qué estaban haciendo y por qué esos padres se veían tan distintos a los de la parroquia de mi barrio, o a los que ofrecían los servicios con las misioneras de mi colegio. Además de sacerdotes eran antropólogos, sociólogos, biólogos, sacerdotes empíricos, esta interdisciplinariedad abrió en mi cabeza un mundo nuevo que en otras circunstancias hubiesen sido imposibles de imaginar.  

En ese momento comprendí mi motivación por estudiar una carrera de humanidades. Al principio las sentía como una forma de comprometerme con un cambio social, un compromiso con estudiar y denunciar las desigualdades y dificultades que hay en este país,  pero la posibilidad de conocer humanistas que desarrollan su trabajo con pasión en comunidades poco o nada favorecidas, se ha convertido  en un referente. 

Llegué luego a Antropología, después de buscar las diferentes carreras relacionadas con la acción social, muchas veces pienso que no fue muy acertado estar en El Rosario, pero si no fuera por eso, no hubiese conocido a mucha a gente que terminó por configurar  una red más allá de la academia, se volvieron mis amigues y colegas. 

Redescubrir en las Humanidades

Mi primer semestre fue muy duro, creo que fue en el que más trasnoché, y realmente sentí mucho ese choque. Además de  pasar al nivel de educación superior, cambiar las ciencias naturales por las ciencias sociales y humanas y el venir de un pueblo, me hacía sentir en desventaja, fue un cambio muy grande y la exigencia académica era muy pesada.  Muchos de los temas que para mis compañeros eran obvios, a nivel académico, como discutir sobre teorías sociales o métodos de investigación, para mi estaban lejos de serlo.  ¡De verdad me dio muy duro ese primer semestre! Me esforcé muchísimo para pasar todas las materias, no quería perder nada, la matrícula era costosa y mis papás estaban haciendo ese esfuerzo de pagarme la universidad, entonces, trasnoché muchísimo. Fue un reto muy grande.

A pesar de las trasnochadas, me motivaban las asignaturas en la que se profundizaban en discusiones sobre el hombre y la sociedad, todo lo que aprendía comenzó a cambiar un paradigma que me había impuesto la educación básica sobre la poca utilidad de las ciencias sociales y humanas. Siento que la llegada de las humanidades a mi vida y el entrar en una escuela de ese carácter, me ayudó a cuestionar la realidad. No todo fue color de rosa, claro, el mudarme de ciudad, salir de mi casa, conocer otras culturas, vivir en la capital y entablar relaciones con nuevas personas fue difícil.  En ocasiones me sentía minimizada por el hecho de venir de un pueblo, incluso durante el semestre tuve un compañero que intentaba ser despectivo conmigo diciéndome ¡pueblerina!, pero ¡yo me sentía orgullosa de ser de un pueblo! De haber tenido la infancia que tuve y poder llegar acá a hacer muchas otras cosas, como aprender.

Día tras día la antropología se iba modelando como un pilar en mi vida, pero adicionalmente, el estar en una escuela de ciencias humanas me brindaba la posibilidad de interactuar con otras disciplinas, como el periodismo, que me permitió la posibilidad de conocer otros formatos para apoyar el trabajo comunitario y elaborar estrategias más interactivas que permiten involucrar a las comunidades en sus procesos, más allá de hacer una etnografía, una cartografía, o una línea de tiempo, estaba adquiriendo herramientas para construir un producto junto con las comunidades y construir a la par productos más digeribles que un documento, que un texto.

Algo que me ha llamado mucho la atención de este proceso, ha sido el poder situarse al otro lado, por así decirlo, de la investigación social. El ejercer las ciencias humanas en mi región ha implicado el ser investigadora y objeto de estudio a la vez, y siento que parte del considerarme objeto de estudio se desprende de una centralización de las disciplinas. Mientras he estudiado y compartido en Bogotá, me he dado cuenta de la enorme exotización que tiene todo aquello que se considera externo, se romantiza toda otredad que permita distanciarse de lo que es cotidiano, de lo que ya no se deja descubrir y redescubrir con facilidad por ser una constante en el tránsito y vida estudiantil. No sé si por eso sea primordial, para mi, el hacer un trabajo paralelo con las comunidades, porque al final del día puede que esté en Bogotá, pero algo que tengo muy claro es el querer trabajar e investigar en mi región, el poder construir conocimiento desde lo local, desde la socialización de todo insumo que esté a mi alcance para democratizar, de cierto modo, ese poder sobre el ejercicio de recordarnos, de reconocernos y de reconstruirnos a partir de nuestras vivencias, experiencias e historias. 

(Re)pensarse la antropología   

Partiendo de esa idea de la academia centralizada, es curioso ver cómo se inscriben los debates sobre descentralización en escenarios que muchas veces mantienen esa línea entre la academia y el ocio sin mucha distinción. Más que encontrarlo como un motivo de escándalo, lo encuentro muy productivo a la hora de pensar, metodológicamente, en las formas que entendemos no sólo la transmisión de conocimiento y su legitimación en diferentes contextos, sino también para pensarse en el quehacer de la disciplina por fuera de esos estándares capitalinos e institucionales que, me perdonarán la franqueza, se quedan muy sosos para responder a una realidad que no da tiempo para formalidades. 

Cuando estaba terminando tercer semestre, apenas había visto un par de materias relacionadas con teoría antropológica y aun no me había relacionado con muchas personas de la carrera. mantenía cierta distancia con la gente de la universidad, entonces, me enteré por una cartelera en Los Andes que se iba a hacer un encuentro estudiantil en Santa Marta, antes de poder pensarlo yo ya tenía los pasajes para irme.  

No es secreto que Joel es patrimonio en la carrera, para contextualizarlos un poco, Joel es un pana de antropología,  de esos personajes que no son fáciles de olvidar, esos que tienen la facilidad de hacerse conocer sin que sea muy forzado.  Un día se me acercó y me preguntó si iba a ir al evento, supongo que me vio en la inscripción de la página, me dijo que él también iba y que si me gustaría viajar con otro grupo de gente de antropología que eran de semestres más altos al mio.  Poco a poco me fui encontrando con esas personas un poco desconocidas para mi,  se me acercaban con un “¿Tú eres la que va a ir al ENEAA, ¿verdad?” “Por qué no te quedas con nosotros en un Airbnb?” 

El ENEAA (Encuentro Nacional de Estudiantes de Antropología y Arqueología), ha sido una gran oportunidad para entablar relaciones entre colegas de otras universidades del país, y poder conocer otras realidades y otras maneras de hacer antropología. Ha sido, además, un espacio para expandirse, y hacer también nuevos amigos en otras universidades. Ese evento fue una oportunidad para lanzar propuestas a todas esas críticas con las que había llegado a Santa Marta. Una noche, después de salir de la jornada de actividades, decidimos pasar primero a comer, quizá fue el hambre acumulada del día, sumada al cansancio por la cantidad de información y calor, lo cierto es que todes empezamos a soltar frustraciones sobre el programa y las limitaciones que sentíamos como estudiantes de antropología, una de ellas fue la falta de espacios para saber qué hacíamos entre nosotros. Pensábamos que, como estudiantes del Rosario, estábamos cansados de los mismos y clásicos discursos en donde las posturas críticas sólo podían ser válidas desde un sentido competitivo, por ejemplo, la restringida o nula oferta de espacios de publicación , lo cual es preocupante si nos ponemos a pensar en querer hacer productos críticos dirigidos a la misma institución sobre el manejo de presupuesto o el ejercicio académico, o pensar en replantearse ese interés absurdo por el emprendedurismo que nos quieren vender todo el tiempo sin masticar. 

Entonces, pienso que esos espacios son muy valiosos para conformar redes que en un futuro pueden ser provechosas a la hora de pensar  nuevas formas de hacer antropología por un lado, y también de plantearse  redes estudiantiles a la hora de hacer proyectos. 

Por eso a partir de cuestionamientos sobre cómo hacer antropología y qué metodologías eran precisas y exactas para hacerla, empezamos a  buscarle el quiebre ó buscar esas otras formas de hacerlo, ahí fue cuando con un parche como de trece personas de antropología, nació la revista abagó. 

Por otro lado,  teníamos muchas ganas de hacer otras cosas y sobre todo, estábamos  haciendo nuestros campos de maneras muy  diversas, porque queríamos pensarnos para la antropología, y  también para las humanidades, otras metodologías más cercanas a la acción, que no solo se disputaban con las mismas lógicas académicas, eurocéntricas y que son supremamente extractivistas, sino que nos abrimos paso a buscar una forma de investigación con proyectos que beneficiaran a las comunidades, y que a la par nos diera una ventaja para nuestro futuro laboral,  ¡no quedarnos en la única idea de ser tan solo académicos! 

Finalmente, la antropología como una ciencia humana, me ha permitido ser muy crítica, pero también gracias al empeño y las ganas de mis colegas  por hacerla más llevadera, hemos podido darle una voz más amplia, más análitica y nueva sobre otras formas de ver y hacer las humanidades. El abrir espacios de diálogo me ha permitido experimentar, desde lo teórico y lo experiencial, el ejercicio de una disciplina más consciente sobre su entorno, ha permitido situarme como una Ema en relación constante con, así como hacer de las humanidades no solo un cumpliento de responsabilidades laborales o estudiantiles, sino concebirlas desde una relación que no se puede pensar por fuera de la cotidianidad, contexto e historias que me atraviesan como sujeto dentro de ese mismo proceso de experimentación. 

 

Bibliografía

  • NUSSBAUM, M.C. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz editores.
  • CORDUA, Carla. LA CRISIS DE LAS HUMANIDADES. Rev. filos. [online]. 2012, vol.68 [citado2020-06-21],pp.7-9.Disponible:https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-43602012000100002&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0718-4360.  http://dx.doi.org/10.4067/S0718-43602012000100002.

¿Cómo referenciar?
Revista Abagó. “Las humanidades en el cotidiano estudiantil” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 07 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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