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Jennifer Natalia Mendoza Ariza

Magister en Filosofía y miembro del semillero de investigación FILOEPOS

Ciclo II de “Las humanidades en…”

Percepción e interpretación. Claves sugestivas para leer-nos de cara a la pandemia

Las humanidades en la sociedad, particularmente la Filosofía, convocan la mirada para dirigirla sobre los acontecimientos tanto del pasado como actuales en medio de los cuales surgen diversas cuestiones frente a las que no podemos permanecer impasibles.  

Por esa razón, en estos días, en los que el tiempo transcurre en el espacio que ofrecen cuatro paredes y un ordenador, resulta impostergable volver a rumiar viejas preguntas que se actualizan cada vez que vienen a la experiencia, por lo menos, de quienes, contra muchos pronósticos, apostamos nuestro esfuerzo mental y energía vital al estudio de las humanidades. Estudio y dedicación infravalorados en el esquema social contemporáneo en el que se privilegia un modelo de vida donde la explotación del ser humano por sí mismo no permite espacio ni tiempo para la contemplación, el ocio, ni mucho menos para el autoconocimiento; salvo, claro está, que tenga por propósito afinar la capacidad para mantenernos “funcionando” y activos en el engranaje de producción y consumo masivo.

Pese a los desafíos inherentes de la vida de hoy, estas palabras discurren a contra corriente sobre el lugar virtual provisto por un procesador de texto y sirven de medio para manifestar la reflexión avanzada sobre una de tantas cuestiones abordables desde las humanidades, específicamente, a partir de la Filosofía, a saber: ¿cuál es papel de las humanidades ante la despersonalización que se observa en las cifras de contagios y decesos presentadas ante la opinión mundial inmersa en la angustia generalizada, en razón a la enfermedad diseminada por el COVID-19 causante del SRAS-CoV-2? 

Así, con el ánimo de ofrecer una mirada filosófica a la pregunta motivadora de estas páginas, en primer lugar, vale la pena traer al momento uno de los reportes publicados por la World Health Organization sobre el número de contagios y decesos que, para el reporte 149, mostraba una situación global de 8’061.550 casos reportados de contagio y 440.290 fallecimientos, correspondientes al día 17 de junio del año en curso1. Según se aprecia, las cifras recuperadas representan débilmente la crisis mundial padecida por un grupo, cada vez más extendido, de población, de diversas latitudes, costumbres, situación económica, edad, entre otras variables sociodemográficas aplicables a ese cúmulo de cifras que, al aumentar, nublan la capacidad de percepción de quien las lee o las escucha en diferentes medios de comunicación.

En segunda instancia, propongo analizar las implicaciones entorno a la experiencia receptiva de cifras como las presentadas en el párrafo inmediatamente anterior; pues, si nos fijamos, esos números carecen de un marco comprehensivo encarnado, en el cual se permita acceder a una lectura de los números que invoque algo más que nuestra capacidad intelectual para decodificar. De modo que, esas cifras repetidas, que van en aumento esperando que en algún punto empiecen a disminuir, en principio, se reciben de forma lacónica en virtud a que no asistimos a la presencia evocadora de un nombre, un rostro o una narrativa que ha pasado a ser conmensurable y/o discreta en la abstracción propia de la cuantificación que se acumula en la expresión matemática. Este fenómeno, sin lugar a dudas, obstaculiza la apertura de la percepción en la que participen otras facultades relacionadas con la comprehensión que, en términos filosóficos, permitiría profundizar o sumergirse en las cosas para dar cuenta de sus causas para hacernos una idea clara y distinta sobre ellas. 

En este sentido, completar el relato del que los números son signos primarios resulta una tarea gigante, para quien quiera investigar y/o imaginar a cuenta de retazos de la experiencia cercana en su estar con otros o haciendo uso de la vivencia propia donde la enfermedad y la muerte tengan lugar. Sin embargo, hay que reconocer que este tipo de acciones ayudaría, seguramente, a captar de forma más acabada el sentido de la vida en perspectiva de la vulnerabilidad y finitud propia y de los caros seres con quienes existimos. De ahí que, como se puede leer en La economía aún necesita de la filosofía de Martha Nussbaum2, la filosofía ha alumbrado (y debería no ceder en su empeño) a la economía, la política, entre otras áreas del saber que se ocupan de lo humano en conexión con su entorno (natural o artificial).

De modo que, arriesgar-se a mirar dentro de sí mismo para afirmar que somos en la medida en que nuestra existencia se cruza con otros cuerpos, otras almas (espíritus, energías, como quieran llamarlo), otras historias, implica aceptar en toda su magnitud que el lenguaje y la experiencia se entretejen para dejar huella de nuestro paso por la tierra. Así mismo, el lenguaje y lo que hacemos con él nos conmina a tomar posición e involucrarnos ante la enfermedad y la muerte, sobre todo, cuando nos encontramos ante una coyuntura de salud en la que se amenazan las circunstancias que sostienen la vida, tal cual la conocíamos. Justo ahora, enfermar y morir aparecen subrayados en el tejido de sentido otorgado por el riesgo de contagio de un virus desconocido por la humanidad y frente al cual, indemnes, aún desconocemos cómo tratarlo o cómo lograr inmunidad. 

En tercer lugar, es preciso reconocer que esta situación excepcional, para las personas nacidas después de dos guerras mundiales y después de uno de los brotes infecciosos más severos de la fiebre española, nos cuestiona acerca de nuestra respuesta ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte; bajo esa interrogación compleja y directa aprendemos que los signos que componen un lenguaje cifrado como el matemático, el musical, el natural u ordinario (de acuerdo a las pesquisas de Ryle, Rorty, entre otros) y el del arte, por mencionar algunas manifestaciones por medio de las cuales nos expresamos, trasciende cuando notamos que, por ejemplo: “La palabra con la que definimos a una persona no es sólo una palabra, sino a la vez el centro y el punto de fuga de un haz de relaciones”3.

De acuerdo con el fragmento empleado como testimonio, extraído de la novela La mujer de pie, nos damos cuenta de que somos punto y fuga, es decir, momentos que duran lo suficiente para significar “algo” y que eso se consigue componiendo junto a otros. Por ello, atravesar la enfermedad, la agonía y deceso de un ser querido, a causa del cáncer o de cualquier otra afección, es estar presente de forma inequívoca y sin escapatoria ante un momento, o una serie de ellos, en que la memoria reconstruye quienes hemos sido con ellos, lo que aprendimos, lo que nos dijeron, lo que nos dejamos de decir, lo que les gustaba o disgustaba, los chistes, las payasadas, los platillos cocinados a punto o al punto de quemarse… entre tantos acontecimientos que cada uno podría seguir enlistando; ahora, pasan frente a nosotros fragmentos de un relato de vida que se torna significativo de modo individual y colectivo para reconfigurarse desde la perspectiva que completamos quienes quedamos tras el cumplimiento del mandato inexorable de la finitud humana. 

Sí, tomarse la licencia de acudir a una experiencia propia puede no ser un recurso aceptable en los modales del discurso académico; pero, ilustra de forma situada y, por ende, en cierto sentido fenomenológicamente, lo que transmite la inquietud que motiva estas páginas y sobre la que confluyen voces de pensadoras y pensadores que forman parte de la tradición filosófico-literaria desde la que se discurre. Por ello, podríamos invocar otros discursos, ficciones, obras de distintas características que también servirían para tocar las fibras que se encuentran más allá de los ojos.

Al continuar, hacia el cuarto aspecto de interés de esta propuesta disruptiva para tratar el interrogante formulado al abrir esta breve reflexión, cabe mencionar que la enfermedad encierra el posicionamiento dado desde la enunciación en primera persona; de ahí que alcancemos a considerar hasta qué punto lo patológico, visible, palpable, en el cuerpo, extiende a una relación con los hechos y circunstancias de una vida “personal”, según se lee en la obra Todo enfermo es un hombre4, y que, como se ha afirmado, ese cuerpo y esa experiencia se entreveran en el vínculo con otros.

Aquí, conviene detenernos un momento a fin de considerar la ruptura entre lenguaje codificado en una serie de signos abstractos y que poco o nada tienen que ver con lo que representan (de hecho, este problema de la representación del mundo y el lenguaje es asunto polémico en la historia de la Filosofía desde Platón hasta nuestros días, pero que aquí no podemos ampliar); porque, ahora se retorna a la fuente, a ese cuerpo que sirve de vehículo para dar testimonio, para interpelar de forma directa nuestra sensibilidad y nuestra dimensión ético-moral. Al respecto, cabe resaltar la propuesta de análisis desarrollada por la filósofa norteamericana Judith Butler, a partir de la cual, sugestivamente, podrían derivarse diferentes lecturas sobre acontecimientos como el que en estas líneas se trata. 

De manera que, al centrar la atención en el rostro5 (categoría que Butler recupera de Lévinas) nos encontramos en posición de percibir el cuerpo del sufriente o del enfermo que, pese a haber dejado el plano semántico propio del lenguaje articulado, pues, cobra un cariz distinto en el que se acude a una instancia ético-moral a la que no se puede evadir. Por esta razón, en contextos en los que la supervivencia humana se instala como mandato perentorio, el rostro aparece como signo carente de articulación; aunque, conecta de forma directa con eso que se encuentra en la entraña de nuestra condición: la vulnerabilidad y el sufrimiento.

Entonces, se puede pensar que el rostro o, de modo extensivo, un vestigio significativo de un ser, puede considerarse como una instancia en la que podemos ser objeto de un tipo muy particular de comunicación en la cual se llama a esa parte de cada uno de nosotros que se encuentra más allá de la raza, el idioma, el nivel educativo, la filiación, el estatus social, los lazos de sangre… Esto, parece sorprender, sin embargo, baste acudir a la vivencia silenciosa en la que alguna imagen, llanto, grito, mueca de dolor u ojos expresivamente tristes le conminen a sentirse y saberse implicado; es decir, saberse partícipe de esa angustia, ese dolor, ese sufrimiento, esa pena…

Si bien, lo expuesto hasta el momento invita, a lo sumo, a ver en serio lo que apenas se enuncia a través de las estadísticas sobre el paso lamentable de esta pandemia. También, podríamos poner en consideración una situación a la que obtusamente nos hemos mal-adaptado: la guerra. Desde este ángulo, las tensiones y lo que “cuentan” los cuerpos maltratados por la guerra y los conflictos armados que estallan y se acallan, formando una suerte de banda sonora tétrica prolongada por el siglo XX y lo que va del XXI (sólo por mencionar lo que puede caber en nuestra memoria de corto y mediano plazo), se esparcen los restos de la guerra, desfigurando rostros, fragmentando historias, resquebrajando el valor de una vida digna de ser vivida y llorada, como consecuencia de una crisis de representación de lo humano de la que la Filosofía nos abre el acceso, tal como demuestra Butler en sus análisis sobre lo ocurrido en el marco de la guerra, cuando un “bando” decide quiénes cuentan para efectos de vida y, en efecto, para la muerte6.

Bajo la conceptualización adelantada por Butler, se derivan argumentos de alto calibre, a partir de los cuales se legitima cuestionar los valores fundamentales y defendibles por la sociedad de hoy. Además, llama la atención en qué medida la consideración sobre lo humano ahora está en el centro de los esquemas normativos de inteligibilidad que, como ella indica, “(…) funcionan no sólo produciendo ideales que distinguen entre quienes son más o menos humanos”7. Claro está, resulta importante señalar, que la extrapolación realizada en estas líneas se ha suscitado por la manera de presentar al COVID-19 en los medios de comunicación y en los discursos oficiales de varios mandatarios, donde la afección aparece como una suerte de enemigo invisible al que se debe derrotar empleando los medios disponibles. 

En este orden de ideas, cobra relevancia la responsabilidad de los medios de comunicación que difunden información sesgada, así como la que se asume cuando se es receptor de los mensajes circulantes en la red, en las noticias, en la calle, etc. Por ello, vale también invitar a desenmascarar las cifras; en otras palabras, estamos llamados(as) a dejar de ignorar esos rostros, esas imágenes, esas narrativas o esos vestigios de esas vidas que terminaran por ser innombrables y que quedarán sin lamentar; debido a la pretensión de atenuar la indignación moral por el Otro8.

Pues, como se advierte, esta indignación se produce en la confluencia de esos elementos que permiten encarnar la cifra, el titular o el eufemismo, por medio de los cuales, en ocasiones, salen a la luz informes sobre las profundas brechas sociales en las que se desperdician vidas a causa de una terrible lógica, en la cual el valor se mide en precios, en presupuestos, como puede notarse en casos de estudio reciente sobre el comportamiento del virus (o ciertas enfermedades infecciosas) en poblaciones latinas, afrodescendientes, pobres, entre otros, quienes aparecen marginados de un sistema atroz9, en el que el imaginario sesgado sobre lo humano opera con efectos desgarradores sobre esas vidas que poco o nada pueden hacer para movernos ético-políticamente; puesto que, aparecen fugazmente en el reflector de un macro discurso que nos priva de una visión completa y desde donde es muy difícil pensar, ver, escuchar o sentir sobre el Otro.
Desde luego, la crítica a la lectura propiciada por escasas cifras sobre fenómenos complejos y de magnitudes profundas, si se tiene presente que la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son asuntos que nos tocan a todos (as) sin distinción alguna, ha cumplido en estos párrafos diferentes funciones: una, poner de relieve las maneras en que podemos ser coaccionados perceptivamente e interpretativamente; dos, invocar al conocimiento situado y al aporte brindado por la enunciación en primera persona para intentar completar relatos o narrativas que de otro modo estarían incompletas; tres, poner en los reflectores la vigencia e importancia de volver cultivar la praxis contemplativa-reflexiva que incentiva la ampliación del marco bajo el cual podemos ser partícipes de los acontecimientos experimentados de forma individual y colectiva.
Finalmente, las ideas puestas en discusión a lo largo de esta columna pretendieron ofrecer razones y argumentos acerca del rol central que tienen las humanidades en el esclarecimiento de situaciones límite en las que la vida y la muerte confluyen para interrogarnos por cómo vivimos con Otros, cuáles son los valores de la civilización, qué sentido le damos a nuestro estar en el mundo, cuál es nuestra capacidad de respuesta ético-moral y si nos activamos políticamente cuando se cierne ante nosotros tergiversaciones irracionales en las que se le pone precio y estatus a ciertas formas de vida; porque aparecen en el mainstreaming como marginados (as). En simultáneo, esto nos lleva a aceptar el hecho de que necesitamos urgentemente recuperar el cuidado de sí para resignificar el cuidado de Otros y de la naturaleza; claro está, si pensamos permanecer un tiempo más en este planeta azul. Todo esto, reconozco, se basa en la esperanza que trae consigo la utopía, pues es evidente que pongo en manos de la sensibilidad que dejan las artes, la filosofía, la poesía, la música, entre otras áreas del saber que se ocupan de lo humano, el desarrollo de las capacidades y facultades a partir de las cuales avanzar en la transformación de nuestra receptividad ante lo que acontece como experiencia de mundo; sin embargo, esa utopía, entendida también como una vía para fugarse y construir desde otros espacios (no lugares) posibilidades para virar el curso de acción en medio de los desafíos propuestos por las circunstancias en las cuales seguimos confinados (as), pero deseosos de volver a estar con Otros.

1 World Health Organization (June 17, 2020). Coronavirus disease (COVID-19). Situation Report-149 [online] Retrieved from: https://www.who.int/docs/default-source/coronaviruse/situation-reports/20200617-covid-19-sitrep-149.pdf?sfvrsn=3b3137b0_4
2 Nussbaum, Martha (2015). La economía aún necesita de la filosofía. Medellín: Universidad de Antioquia.
3 Maillard, Chantal (2016). La mujer de pie. Barcelona: Galaxia Gutenberg, p. 14.
4 Nieto, Judith (2016). Todo enfermo es un hombre. Bucaramanga: Ediciones UIS, p. 355
5 Butler, Judith. (2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós, p. 169.
6 Ibíd. p, 180
7 Ibíd. p, 183
8 Ibíd. p, 187
9 Al respecto pueden verse los informes de la agencia de noticias Deutsche Welle-DW, por ejemplo, el artículo titulado “El coronavirus golpea particularmente duro a los latinos en EE. UU.” https://www.dw.com/es/el-coronavirus-golpea-particularmente-duro-a-los-latinos-en-ee-uu/a-53174173 Entre otras agencias que realizan informes y documentales sobre el tema.

¿Cómo referenciar?
Jennifer Mendoza. “Percepción e interpretación. Claves sugestivas para leer-nos de cara a la pandemia” Revista Horizonte Independiente (Las humanidades en…).
Ed. Stefan Kling, 3 jul. 2020. web. FECHA DE ACCESO

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